En 1886, nació uno de los pintores mexicanos más queridos y aclamados dentro de la historia nacional, recordado especialmente por la extraordinaria carrera que desarrolló en el movimiento artístico del muralismo. Si quieres saber un poco más acerca de las Obras de Diego Rivera, quédate y aprende con nosotros con este informativo artículo que hemos realizado.
5 obras de Diego Rivera más reconocidas
Después de muchos años de arduo trabajo, Diego Rivera se convirtió en uno de los pintores más aclamados de todo México y uno de los más ambiciosos del siglo XX, intentado siempre al máximo superar sus propios límites. Incluso hasta el día de hoy, su labor excepcional como muralista sigue siendo bastante elogiado. Las obras de Diego Rivera son impresionantes.
Pese a que existen numerosos detractores de él con respecto a su desenvolvimiento como profesional y, sobre todo, como ser humano, sus obras han contado con gran popularidad debido a su alto compromiso social. Y es que, en efecto, sus murales al fresco lo colocaron en un pedestal artístico que muy poco mexicanos han alcanzado fuera de su territorio.
Rivera ejerció un papel importantísimo en el renacimiento de esta clase de pintura, cuyo cuestionamiento es inconcebible. Las paredes y techos que realizó en los edificios públicos de su país, rápidamente se convirtieron en sus más afines aliados en cuanto a la defensa de la clase trabajadora se refiere. Son considerados unas de las obras de Diego Rivera más audaces.
Se le considera sin lugar a dudas como un fiel seguidor del comunismo, puesto que desempeñe tal papel a lo largo de su vida, con temáticas de carácter social y nacionalistas como principales protagonistas de sus pinturas. En cada una de ellas hacía uso de la abundancia del color, mientras que se aludía a menudo al pasado precolombino mexicano.
De esta manera, el muralista recreaba las escenas costumbristas más variadas de aquella época. Pese a que el catálogo de producciones del autor es bastante amplio, a continuación, hemos seleccionado las más trascendentes para desarrollarlas una a una:
La creación (1922)
En el año 1922, Diego Rivera pintó su primer mural en el interior del Anfiteatro Simón Bolívar, en el Antiguo Colegio de San Ildefonso localizado en el Centro Histórico de la Ciudad de México. Dicho mural fue un encargo del entonces secretario de educación pública de México, José Vasconcelos.
Este se encuentra inspirado en un conjunto de elementos estéticos, adquiridos a partir de las experiencias vividas en su viaje a la ciudad del sureste mexicano, Santo Domingo Tehuantepec. El centro de tal composición es el punto de partida, del cual una especie de célula original se desprende un hombre con brazos abiertos en forma de cruz.
El semicírculo azul ubicado en la parte arriba del mural, desempeña el papel de símbolo de la energía o del principio del creador, al mismo que tiempo que irradia su luz hacia todos los lados de la pintura. A ambos extremos hallamos dos escenas individuales, pero que se complementan entres sí.
El de la izquierda se trata de una clara alegoría a la música, que en este caso está representada por una joven mujer vestida con piel de oveja y tocando una flauta. En compañía de esta figura, se pueden observar otras alegorías relacionadas al canto (vestido rojo), la comedia (quien lleva dos coletas), y, por último, la danza, que se mantiene de pie con los brazos levantados.
Aunado a ello, se le suman al conjunto las virtudes teológicas: la caridad, la fe y la esperanza. Por su parte, en el panel de la derecha podríamos identificar a las alegorías de la fábula (quien lleva una vestimenta con tonos azules y dorados) y la tradición (quien está vestida con color carmesí).
Igualmente, podemos ver a la poesía erótica y a la tragedia, esta última usando una máscara para cubrir su rostro. Además, en la parte de arriba, de pie, se hallan las vivas personificaciones de las cuatro virtudes cardinales: la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. A los pies de cada uno de los grupos, permanecen desnudos la mujer (izquierda) y el hombre (derecha).
Epopeya del pueblo mexicano (1929-1935)
“La Epopeya del pueblo mexicano”, en ocasiones llamada simplemente como “Historia de México”, es un fresco realizado por Rivera sobre los muros de la escalera principal del Palacio Nacional de México, entre los años 1929 y 1935. También se creó bajo un encargo del secretario de educación pública, José Vasconcelos, en el marco del Renacimiento muralista mexicano.
Una de las obras de Diego Rivera es este extenso mural de la Secretaría de Educación Pública, con una superficie aproximada de 276 m², se encarga de demostrar de manera audaz el estilo tan maduro del pintor. “La Epopeya del pueblo mexicano” está compuesta por tres secciones en donde su autor asumió la ambiciosa tarea de representar la historia contemporánea de su nación hasta 1935 y el futuro cercano.
En la parte de la derecha, situada al norte del Palacio Nacional, se representa al México prehispánico a través del mito de Cē Ācatl Tōpīltzin en Tula. La parte central, la del lado oeste, es la más grande de todas y en ella es representado el México desde la conquista española hasta la década de los 30.
En la tercera sección, la del sur, está plasmada una visión marxista de la nación durante el siglo XX. En sí, el tópico que une cada uno de estos variados acontecimientos, es las luchas de clases sociales, transmitidas de forma clara mediante la figura central del impresionante fresco.
La figura de la que hablamos es el mismísimo Carlos Marx, quien sujeta un cartel con un pequeño extracto del Manifiesto Comunista en el que se expresa lo siguiente:
“Toda la historia de la sociedad humana hasta el día es una historia de lucha de clases. Para nosotros no se trata precisamente de transformar la propiedad privada, sino de abolirla; no se trata de esfumar las diferencias de clases, sino de la destrucción de estas; no se trata de reformar la sociedad actual, sino de formar una nueva”.
Pese a que el mural representa los siglos y siglos de la lucha y represión por parte de aquellas clases predominantes corruptas, posee un final bastante optimista. En él se apunta hacia una utopía en la que agricultores y trabajadores de fábrica trabajan en conjunto, en la cual todos conviven en armonía con la naturaleza y, finalmente, prosperan.
Murales de la Industria de Detroit (1932-1933)
Ya en la década de los 30, se había corrido la voz acerca de los frescos excepcionales que realizaba Rivera en su natal México, motivo por el cual el artista logró conseguir un sinnúmero de patrocinadores alrededor de los Estados Unidos. Uno de ellos fue Edsel Bryant Ford, el empresario y filántropo estadounidense, hijo de Henry Ford.
Este magnate automovilístico, le financió al muralista una de sus obras más audaces hasta ese entonces, “Murales de la Industria de Detroit”. A lo largo de nueves meses, el artista se estableció en la ciudad de Detroit, y logró cubrir todo el vestíbulo central del Instituto de Artes de Detroit, con una serie de nada más y nada menos que 27 pinturas en cuatro paredes distintas.
En ellas se cuenta la historia de la ciudad por medio de múltiples capas, todo a través de las representaciones de sus trabajadores, al igual que los avances realizado en diversos campos científicos y los paisajes. Esto se debe a que, si bien Detroit fue en algún momento un pujante centro industrial a inicios del siglo XX, también en ella se vivió numerosos despidos durante la Gran Depresión.
Cuando Diego arribó a la ciudad en 1932, tales efectos se sintieron enormemente, razón por la cual el pintor volvió a recalcar la complicada situación por la que tenía que pasar la clase trabajadora del continente americano. En el fresco fue representada la agricultura y la abundancia natural mediante imágenes compuestas por un pequeño niño acurrucado entre figuras desnudas y arados.
En las partes ubicadas al norte y al sur, fue plasmada la floreciente industria automotriz de los EE. UU. por medio del empleo de maquinaria pesada que agita acero fundido y líneas de ensamblaje, encargadas de forjar carros de color rojo caramelo.
En el área del muro oeste, se puede observar cuáles son los principales peligros de la tecnología desde su punto de vista, como las herramientas de guerra que podrían ocasionar la autodestrucción de la humanidad, por colocar un ejemplo. En el muro norte, como ya lo mencionamos, Rivera representó los avances médicos suscitados en aquel entonces.
Esto lo logró haciendo uso del motivo de un pesebre cristiano, sólo que sustituyendo cada una de las figuras religiosas por médicos y pacientes contemporáneos, inclusive el artista se dio a la tarea de modelar a su madre, según lo que dicen ciertas declaraciones de la estrella de cine estadounidense, Jean Harlow.
De hecho, cuando por fin fue culminado el trabajo y se presentó al público, a un grupo extremistas católicos les pareció una total blasfemia y surgió una enorme controversia. Finalmente, Edsel Ford aceptó la obra de Rivera sin ningún problema, gracias al gran apoyo que le brindó un apasionado grupo de estudiantes universitarios y trabajadores que lucharon en contra la censura.
El hombre controlador del universo (1934)
Cuando se habla de “El hombre controlador del universo”, también conocido con el nombre de “El hombre en el cruce del camino”, se hace referencia a un mural pintado en 1934 por Diego Rivera para el Centro Rockefeller, pero repintado en el Palacio de Bellas Artes en la Ciudad de México.
La obra quedó incluida en dicho centro debido a que el pintor agregó a un icono comunista ruso al mural, Vladimir Lenin, y a la familia Rockefeller no le pareció y lo mandó a destruir inmediatamente. Pasado un tiempo, el gobierno mexicano le encargó un nuevo trabajo, y Rivera decidió reelaborar el mural en fresco sobre el bastidor metálico móvil del Palacio de Bellas Artes.
Es por ello que a este se le atribuye el título de uno de los murales más polémicos del artista en toda su trayectoria. Aunque su tamaño es menor que el del original (4,46 × 11,46 m.), sigue siendo imponente como el primero que se hizo. Para comprenderlo, hay que dejar bien en claro que se trata de un desarrollo figurativo en tres secciones individuales.
En la parte central encontramos a un hombre que está operando una máquina que controla el universo. Allí manipula la vida y se encarga de separar el macrocosmos del microcosmos. Ya en el panel izquierdo, se puede apreciar cuáles son los efectos de una sociedad capitalista mediante la representación de Charles Darwin haciendo alusión a la ciencia.
Todo esto en contraste con una escultura de piedra, responsable de simbolizar la religión y las escenas de lucha entre clases. A la derecha, es representado el mundo socialista a través de figuras importantes de este movimiento, como lo son Vladimir Lenin, Karl Marx, León Trotsky y Friedrich Engels.
Asimismo, junto a ellas se ubica la representación del Ejército Rojo (denominación oficial del ejército y fuerza aérea de la República Socialista Federativa Soviética de Rusia), al igual que la unión de la clase obrera, representada por trabajadores de la plaza más famosa de Moscú, la Plaza Roja. Es básicamente la concepción del universo según Rivera: ideología, ciencia y revolución.
Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central (1947)
En la última posición este listado acerca de las obras de Diego Rivera más reconocidas, hemos querido colocar a “Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central”, un mural realizado en el año 1947 que se convirtió en la actualidad en la principal obra en exhibición de manera permanente en el Museo Mural Diego Rivera.
El mural fue una iniciativa del arquitecto mexicano, Carlos Obregón Santacilia. En aquel tiempo, la ubicación que se tenía pensada para él era en el salón Versalles del Hotel del Prado, localizado justo al frente de la Alameda Central. Sin embargo, a causa del terremoto de 1985, el hotel tuvo daños considerables, al igual que la obra, y se tuvo que trasladar a donde se exhibe hoy en día.
En ella, Diego Rivera se retrata a sí mismo como un pequeño niño que está paseando por la Alameda Central de Ciudad de México. En su recorrido se observa que lo acompañan alrededor de una centena de personajes emblemáticos que conforman los 4000 años de la historia de la nación.
La figura central de la composición es La Catrina o Calavera Garbancera, creación original del célebre grabador, ilustrador y caricaturista mexicano, José Guadalupe Posada, quien está de pie junto a ella a la derecha. Es importante destacar que La Catrina lleva una estola de plumas muy característica que alude a la divinidad primaria del panteón mexica, Quetzalcóatl.
Detrás de Rivera se encuentra su esposa Frida Kahlo, sosteniendo en sus manos el símbolo del yin y yang al mismo tiempo que abraza mentalmente a su marido. A su derecha, se puede observar cómo se da el saludo entre Manuel Gutiérrez Nájera y José Martí, dos grandes literatos de la época. Es una de las obras de Diego Rivera que más ha inspirado.
Por su parte, en medio de ellos se sitúan dos figuras femeninas bastante notables, que son la hija y esposa del expresidente mexicano, Porfirio Díaz. En el sector izquierdo están ilustradas la conquista, la independencia, la época colonial, la invasión norteamericana y la intervención europea, momentos históricos en los que el parque desempeñó el papel de escenario protagonista.
Se logran identificar también a Benito Juárez, Hernán Cortés, Sor Juana Inés de la Cruz, fray Juan de Zumárraga, el Virrey Luis de Velasco y Castilla, el emperador Maximiliano, y su esposa Carlota. En el lado derecho se evoca a la lucha popular, los movimientos campesinos y la revolución. Allí aparecen Porfirio Díaz, Emiliano Zapata, Ricardo Flores Magón, Francisco I. Madero, entre otros.
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