Mujercitas: un baile entre tradición y frescura | Crítica

Crítica de Mujercitas

Hay varios momentos de Mujercitas (7,2 en FilmAffinity) que parecen pensados en exclusiva para el gif animado. Ya sabes, ésas imágenes que tanto se han popularizado en los últimos años en Twitter y demás foros y plazas públicas, y que muestran un par de segundos de escena poderosa con las palabras del personaje subtituladas.

Quizás sea injusto arrancar de este modo la crítica de Mujercitas. Pero es necesario. Hoy más que en ninguna otra época, el cine se ha convertido en una plataforma demasiado autoconsciente. La tarea de escrutar el contenido de una película sin prestar atención a la naturaleza del envoltorio que la rodea, a los sabores, filias y fobias de la sociedad en la que hemos de insertarla, se ha vuelto imposible.

Fotograma de Mujercitas, nominada a mejor películas en los Oscar 2020.

Fotograma de Mujercitas, nominada a mejor películas en los Oscar 2020.

A falta de media hora para que concluya Mujercitas, su protagonista le suelta lo siguiente a su madre (al espectador en realidad):

«Siento que las mujeres tienen mentes y almas además de sólo corazones. Y tienen ambición y talento además de sólo belleza. Y estoy tan harta de la gente diciendo que las mujeres sólo están hechas para el amor… ¡estoy tan harta!… pero estoy tan sola».

A pesar del quiebro de honestidad con el que termina su intervención, Jo podría haberse ahorrado la pataleta. La premisa de la película nos había quedado bien clara en la hora y cuarenta minutos previos. Lo mismo sucede con la negociación de las cláusulas del contrato del libro de Louisa May Alcott que da nombre a la película. «¡Qué autónoma y Erin Brockovich que nos ha salido la jovencita!», parece que quieren hacernos pensar.

Mujercitas es una revisión interersante de una película que ya había sido hecha cuatro veces y cuya serie de televisión data del 2018. Con todo, la Mujercitas de 2020 es una lucha interna constante entre la frescuera y el cliché, la renovación y la tradición. En otras palabras: podría haber salido peor.

Pero también podría haber salido mejor.

Mujercitas y los Oscars (y el machismo y el racismo)

A pesar de El lobo de Wall St, a pesar de Gravity, en 2015 el Oscar a la mejor película recayó sobre 12 años de esclavitud, de Steve McQueen. Tres años después, tras la explosión del hashtag #OscarsSoWhite, Moonlight (6,8 en FilmAffinity) pegó el pelotazo. Da completamente igual: los ecos de racismo vuelven a sobrevolar estos Oscars 2020 en los que, ¿cómo se atreven? sólo hay un negro nominado en las categorías de mejor interpretación (y no es Mahershala Ali). Racistas de mierda.

Aunque no esté nominado a nada, sería imprudente descartar que a Mahershala Ali pueda caerle algún Oscar este año.

Percal parecido el que nos encontramos con el cajón del feminismo. Da completamente igual que la ya olvidada La forma del agua arrasara en 2018. Los oscars son machistas. En el fondo ya no son racistas. El año pasado fue el año de Green Book (película que parece sacada del catálogo de desechos de contenidos de sobremesa de Antena 3). Aunque, si lo pensamos con calma, no hay ningún director negro nominado este año: los oscars son racistas y machistas. Y no nos hagas hablar de la ausencia de papeles de personas con discapacidad en la lista de nominados este año.

Los oscars son racistas, machistas y ofensivos al conjunto de la comunidad de discapacitados. Por no hablar de esa escena, tan poco concienciada con el medio ambiente, en la que la Jo March de Mujercitas arroja unos papeles al río.

¿Se nos entiende por donde vamos? Todo da un poco de bastante asco, la verdad. Y ésta es la atmósfera en la que hemos de insertar una película cuyo título original ya lo resume todo: Little Women.

Mujercitas: baile constante entre innovación y tradición

Todo en Mujercitas se desarrolla como es de esperar en una cinta de  2020 sobre una sociedad en la que las mujeres pasan el día haciendo las labores y pensando qué dote les conviene más como marido. Saludamos con gusto el atrevimiento de su guión, cuya estructura (además de arrancar por el final) intercala con mucho acierto el contraste del cálido pasado de gozo con el azulesco (y hambriento) presente. Pero saludamos con extrañeza que, al poco de terminar, ciertos personajes hablen mirando a cámara. Y así un poco todo.

Acogemos con los brazos aun más abiertos la impresionante belleza plástica de todas y cada una de las escenas. Mujercitas bien se merece el Oscar a mejor fotografía. Bailes de salón, excursiones a la playa, pintura romántica de retratos en el jardín… cada frame de Mujercitas parece sacado de una pinacoteca con los grandes maestros del XIX.

Qué fotografía. En serio. De lejos, la virtud que con más euforia podemos celebrar de esta película: su imponente belleza visual. Saoirse Ronan es, sin más, la actriz con más proyección del momento. A lo tonto se nos ha colado en las también oscarizadas Brooklyn (2015) y Lady Bird (2018, fantástica ópera prima de la directora de Mujercitas, Greta Gerwig). Timothée Chalamet (Call me by your name) tiene un encanto único capaz de abrirle las puertas que le dé la gana. Laura Dern, no contenta con su papelón en Historia de un matrimonioestá espectacular. De Meryl Streep a estas alturas poco vamos a decir ya.

Fotograma de Mujercitas, nominada a los Oscar 2020 por Mejor película, entre otras categorías.

Fotograma de Mujercitas, nominada a los Oscar 2020 por Mejor película, entre otras categorías.

Lo único que falla es todo lo demás. Pero que nadie se confunda. No es un fallo estrepitoso. Sólo es carencia de esa capa de glaseado final que cabe exigirle a toda película de cara a su ingreso a la posteridad. Mujercitas es una película entretenida y sus nominaciones son procedentes. El tema vestidos de época pone mucho en Hollywood. Salvo sorpresa, terminará llevándose el Oscar al diseño de producción.

Salvo sorpresa.

En Postposmo estamos interesados, hasta cierto punto, por el cine social. No está entre nuestras prioridades escribir textos sobre la obra de Ken Loach. El cine social es un bien interesante pero mermado de nacimiento: el componente concienciador adolece de fecha de caducidad una vez son superadas las prescripciones que conforman su naturaleza. Con el paso de las décadas, el producto adquiere más valor documental que narrativo. El cine social arrincona la misión de entretener en pos de la priorización de su función prescriptiva de la realidad que pretende enmendar.

Parásitos nos ha enseñado que es posible concienciar y entretener. Mujercitas, también. Aunque el equilibrio en la cinta de Greta Gerwig está algo menos logrado. Tiene demasiadas escenas en las que la película se mira en el espejo sin disimulo alguno.


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