Manhattan Transfer, de John Dos Passos | Reseña

“Lo terrible es que cuando uno se harta de Nueva York no hay dónde ir. Es el vértice del mundo. El único recurso es dar vueltas y vueltas como una ardilla enjaulada.”

Algún obrero descarriado, más pendiente de la tartera que del despiste, debió de haberse dejado olvidada la cubeta al borde de la cornisa, en la misma punta del edificio aquel famoso con forma der pico de plancha. Año 1902, el majestuoso Flatiron, orgulloso primer rascacielos de Nueva York, contempla su primer atardecer y, quién sabe cómo (¿quizás un aire, esa tímida primera brisa de cuando el sol dice adiós?¿quizás la lluvia?), la cubeta se precipita al vacío.

De la cubeta brotan, en proporciones de imposible y milagro, toda clase de cuerdas, cabos y cables. Cientos de miles de gusanos gigantes que durante su caída compiten en velocidad con las gotas de las nubes. Ventana a ventana, las cuerdas, cabos y cables caen durante años: duras poleas que se arrojan con decisión hacia el centro de la tierra, a veces al centro mismo de Wall Street; también cordeles que se enmarañan, a veces en matrimonios, otras en affaires, otras en procesos judiciales (otras, en todo a la vez en forma de divorcio); delgados hilillos que planean rumbo a la acera luchando contra el viento, los parásitos y la pobreza; y, por supuesto, hebras anémicas que las gotas deshilachan y que el paso del tiempo, la inanición, o la simple casualidad finalmente matan.

Entiéndase por el contenido de la cubeta los seres humanos que habitan Manhattan Transfer. Entiéndase por la torpeza del obrero, la lluvia y la fuerza de la gravedad, las circunstancias de este caos ordenado llamado vida. Entiéndase por este arranque de reseña de Manhattan Transfer, la humilde apelación a la metáfora de alguien que no sabía cómo empezar un artículo.

Reseña de Manhattan Transfer

Personajes personajes. La novela más celebrada del coetáneo más famoso de Ernest Hemingway (con perdón de Francis Scott Fitzgerald y su Gran Gatsby) tiene 38 personajes secundarios. A lo largo de tres décadas que arrancan a finalísimos del siglo XIX, leemos los sueños, alegrías y miserias del personal para así diseccionar la anatomía del único nombre propio con un papel principal: la gran Nueva York del dinero, la ambición y el cliché que hoy todos conocemos.

Aunque puede encontrarse en formato de bolsillo por poco más de once euros, el valor histórico de Manhattan Transfer es impagable (esta metáfora pobre, también).

Manhattan Transfer nos muestra mejor que ninguna otra novela de la éopoca (o eso dicen) a qué sabía la pobreza, cómo rugían las cajas registradoras y cuáles eran los aromas de la floreciente América post Gran Guerra y pre Crack del 29. Y también qué futuro le esperaba. Lean, lean, lo que dice un libro publicado a principios del XX:

[Conversación entre dos arquitectos en Manhattan Transfer]»—Hombre, debieras ver sus planes para edificios de acero solo. Tiene la idea de que el rascacielo del futuro se construirá exclusivamente de acero y cristal. Hemos estado experimentando últimamente con baldosas… Cristo, algunos de sus proyectos te dejarían con la boca abierta. Tiene una frase estupenda de no sé qué emperador romano que encontró a Roma de ladrillo y la dejó de mármol. Bueno, pues él dice que ha encontrado a Nueva York de ladrillo y que la va a dejar de acero…, de acero y cristal. Te tengo que enseñar su proyecto de reedificación de la ciudad. ¡Es un sueño pistonudo!»

Nueva York, personaje principal de la colmena de Manhattan Transfer

Mosaico, catálogo, escaparate… la crítica ha manoseado muchas palabras para alabar este compendio de dramas humanos que avanza a la velocidad del rayo que es Manhattan Transfer. Con una sala de fiestas y melopeas de dólares en un párrafo, y un aborto en un cuchitril en el siguiente. La narración fragmentaria es muy cinematográfica, muy al meollo, muy al in media res, sin explicitar dónde se desarrolla la narración ahora o cuánto tiempo ha pasado desde la última alusión al personaje. Lo que importa aquí es el rebaño. La colmena.

¿La colmena? A las pocas páginas, he recordado al ilustre Nobel Camilo José Cela. Que sin Manhattan Transfer no habría podido existir su ¿mejor? novela es algo harto evidente que se se revela bien temprano y que, no obstante, para nada perjudica la lectura y el disfrute de Manhattan Transfer y su historia. Sus historias. Aunque Dos Passos lo inunda todo de acción y diálogos, el lector tiene que poner mucho de su parte (boli y papel quizás) y prestar atención si de verdad quiere quedarse con la enorme maraña de vericuetos y caminos secundarios.

Dos Passos y la crítica anticapitalista

Sobresalen la trama del periodista Jimmy Herf y la del abogado George Baldwin. Como debe ser, no son personajes enteramente buenos y malos, pero sí que se aproximan cada cual a una de las dos fronteras. Errático, tambaleante y bonachón, Herf no termina de encontrar su hueco en el mundo mientras que Baldwin, ambicioso, se convierte en Don Dinero, Poder y Mujeres. Dos Passos potenciaría su literatura de trinchera contracapitalista en posteriores obras, pero ya en esta queda patente el poso de denuncia y malestar con una sociedad donde «el único que saca partido del capitalismo es el estafador, y se hace millonario en seguida.»

Muy a lo Crematorio de Rafael Chirbes.

La cita no está sacada de la novela, está sacada de John Dos Passos. En el libro la denuncia nunca se muestra tan explícita. Hay que escarbar en el elenco. Los hay a los que les va bien en la Bolsa y los hay que fallecen estampados contra el mar después de arrojarse desde el puente de Brooklyn.

Escarbar y comprobar como todos, incluso los cebados, respiran ese descontento que circula en la presión, el vértigo, las prisas y el frenesí propios de la Gran Manzana; una ciudad multivitaminada donde la explosión de pequeñas fatalidades colaterales (incendios, accidentes de tráfico, quiebras personales, asesinatos) parece el inevitable precio a pagar con tal de seguir empujando los pistones del progreso humano.

Cada capítulo comienza con hermosas descripciones de muchedumbres y anonimato metropolitano. Si obviamos el poso de incómoda realidad que deja el libro, estos párrafos introductorios son la pequeña licencia que se permite Dos Passos para gritarnos sin medias tintas su opinión sobre cómo se hacen las cosas en la capital del mundo. Según Luis Goytisolo en su ensayo Naturaleza de la novela, han sido estas descripciones las que han sentado la imagen (el lugar común) de la inabarcable Nueva York de autómatas hormiguitas Edward Hopper obedientes:

«El crepúsculo redondea suavemente los duros ángulos de las calles. La oscuridad pesa sobre la humeante ciudad de asfalto, funde los marcos de las ventanas, los anuncios, las chimeneas, los tanques de agua, los ventiladores, las escaleras de incendios, las molduras, los ornamentos, los festones, los ojos, las manos, las corbatas, en enormes bloques negros. Bajo la presión cada vez más fuerte de la noche, las ventanas escurren chorros de luz, los arcos voltaicos derraman leche brillante. La noche comprime los sombríos bloques de casas hasta hacerles gotear luces rojas, amarillas, verdes, en las calles donde resuenan millones de pisadas. La luz chorrea de los letreros que hay en los tejados, gira vertiginosamente entre las ruedas, colorea toneladas de cielo.»

Como Francis Scott Fitzgerald, Dos Passos pertenece a la llamada Generación Perdida. Como El gran Gatsby, Manhattan Transfer se publicó en 1925. Mientras que el primero se limitó a describir la redondez de las burbujas del champán derramado sobre el almíbar del vicio y las pasiones, el libro que hoy nos ocupa es una completa enciclopedia de la fauna y clases sociales que pululaban por la isla en la antesala de la Jazz Age.

El título del libro de Passos hace alusión al de una concurrida estación de tren. Un lugar donde, como en la novela, las caras vienen y van, algunas permanecen en la retina y otras se olvidan al parpadeo. Dada la práctica ausencia de digresiones en cuanto a la psicología de los personajes en favor de una sucesión de escenas cotidianas de abundante diálogo, el libro podría haber durado 200 páginas menos o mil páginas más. Lo mismo daba: lo que importa es la colmena. Se citan titulares de prensa y anuncios clasificados, evidenciando aún más que Manhattan Transfer es, por encima de todo, un testamento de lo que fue Nueva York y un manual de cómo ha llegado a lo que es.

John Dos Passos, Manhattan Transfer
Debolsillo, Barcelona 2009 (publicado originalmente en 1925)
448 páginas | 11 Euros


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