Los dos papas y el cero riesgo | Crítica

En tiempos en los que todo estreno (sobre todo si es de Netflix) parece venir bendecido de un halo de obra maestra e imprescindibilidad, Los dos papas (6,9 de nota en FilmAffinity) es una película que, por fin, es una buena película.

Pero ya está.

Aunque el guión viene firmado por Anthony McCarten (La teoría del todo, El instante más oscuro y Bohemian Rhapsody) y la historia prometía glosar acerca de uno de los momentos más críticos de toda la iglesia católica, Los dos papas es un poco meh. Otros medios optan por etiquetarla como crowd pleaser. En Postposmo nos sentimos cómodos con el meh.

Imagen de Los dos papas, uno de los grandes estrenos de Netflix en 2020

Fotograma de Los dos papas, uno de los grandes estrenos de Netflix en 2020

A ‘Los dos papas’ le pesa demasiado ‘The young pope’

Los dos papas no se ha agenciado Globo de Oro alguno porque posiblemente no se lo merecía. Si es que es la innovación lo que estamos premiando aquí. La sombra papal de Sorrentino era alargada, y el cetro de papa surpriser sigue con el mismo dueño. En Los dos papas las sorpresas nos son superiores a las que en su día nos suministró el pillín Francisco con su retahíla de titulares progresistas en la prensa. Los dos papas entretiene pero no deja el poso del guaperas poppy de Jude Law.

Una cinta correcta en la que lo más radical (aparte del por todos conocido fanatismo futbolero de Bergoglio) es una escena con dos ancianos en túnica compartiendo fantas en un cuartillo aledaño a la capilla Sixtina.

La peligrosa llanura intermedia del flashback argentino de los tiempos de Videla nos lo deja cristalino: Los dos papas es una película de papas dirigida, cuidado aquí, para gente interesada en el papado. Tradición vs modernidad. Benedicto XVI vs Francisco. No hay mayor intríngulis. El comodín de la película papal rompedora se nos ha agotado. La única oportunidad que ésta tenía de dar golpetazos en la mesa (poder escuchar de un modo explícito la confesión de los pecados de Benedicto XVI) se salda con una omisión estilística con la que Fernando Meirelles opta por no meterse en problemas.

El siguiente que venga (que viene) con ganas de papa movie, es de nuevo Sorrentino. Con el estreno el 10 de enero de la segunda temporada de particular visión del asunto, a The new pope se le está poniendo cara de Los dos papas: La serie. Muy mal se le tiene que dar al italiano para que el binomio John Malkovich-Jude Law no logre igualar en calidad a la suprema The young pope. Y, de paso, superar a esta película que hoy nos ocupa.

Impecable Papa Jonathan Pryce

Si aparcamos el problema fundamental de la ausencia acusada de trama, Los dos papas se deja ver. E ya. La película bien sirve para echar un rato ameno plagado de chistes blancos y grandes plazas y salas recreadas por croma. Lo mejor es (como anticipa el título) su dúo protagonista. En este sentido, el título de la película es el más honesto de la historia del cine.

Jonathan Pryce y el Papa Francisco, separados al nacer

Jonathan Pryce y el Papa Francisco, separados al nacer

Uno sabe que alguien ha hecho bien su trabajo cuando, terminadas las dos horas, se acepta que no habría sido posible rodarlas con dos actores que no fuesen Pryce y Hopkins. Esta vez, por cierto, el rejuvenecimiento por ordenador no ha hecho ni la mitad de la mitad de la mitad de ruido que el de El irlandés.

De Jonathan Pryce no debemos quedarnos sólo con el casi milagroso parecido físico que tiene con el Francisco original. El británico está espectacular hasta con acento argentino, si bien el registro de su personaje está (es) algo limitado. Una vez aceptamos que a este papa no le van las halajas, el bueno de Pryce cumple con nota, pero se mantiene a la sombra inevitable de la bestia que le han puesto delante.

Exultante Papa Anthony Hopkins

Sólo por el modo que tiene de enlazar las frases de Ratzinger (un encadenamiento de sílabas sin espacio para el punto que dota de una extraña levedad a todo lo que dice) Anthony Hopkins se ha ganado el cielo con esta película. Su presencia en todo momento es puro huracán de consecuencias imprevisibles. Su silencios y andares quebradizos sólo emiten una frecuencia: la del supremo poder magmánimo. Esa mirada huidiza. Esa cena en soledad.

El hombre que después de tragarse de una sentada Breaking Bad escribió a Bryan Cranston para felicitarle está en la que bien podría ser la interpretación más magistral de su vida, corderos aparte. Por motivos de la trama (y por la excelsa preparación de Anthony Hopkins), pareciera que cada una de las sílabas emitidas por Ratzinger anticipase un giro de guión catastrófico que nunca llega. Pues todos sabemos de sobra cómo acaba Los dos papas y precisamente aquí podría pensar uno que reside el interés de la cinta: en poder meter un ojo en la cerradura donde se cocina el consabido Habemos papam.

Anthony Hopkins como Benedicto XVI

Anthony Hopkins como Benedicto XVI

Los dos papas y el cero riesgo

Si el cometido de la cinta fuese el de enseñar lo nunca antes mostrado, The Young pope le supera en todos los sentidos. Por eso, porque es mentira que Los dos papas venga con ganas de mambo, lo más destacable de esta película firmada por el director de Ciudad de dios es la narración en detalle de dos hombres que tienen que hacerse amigos por culpa de las circunstancias. Los dos papas es una película sin riesgo que brilla en la descripción de la más inusitada de las amistades. Dos hombres que, Iglesia a un lado, jamás habrían tenido nada en común ni nada sobre lo que hablar al abrigo de una Fanta.

Los dos papas deja cierta extrañeza. Uno sigue sin entender, demonios, por qué ese hombre, estando en la cima de la cima, decidió largarse. Se entiende, sí, pero los interrogantes siguen ahí. Lo que sigue sin respuesta es por qué diablos quiso que su sucesor fuese el más antagónico de sus antagonistas.

6/10


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