Con la salvedad de la recopilación de ensayos de Jonathan Franzen El fin del fin de la tierra, publicada este mismo año, el amigo de David Foster Wallace nos tiene abandonaditos de mala manera (hace ya cuatro años del lanzamiento de Purity). En Postposmo hemos decidido echar la vista atrás y recordar como se merece la gran novela que catapultó a Jonathan Franzen al escalón de los grandes: Libertad (2012). Una novela donde perfeccionó la fórmula de éxito de Las correcciones (2001), repitiéndola también para su más reciente novela, Purity (2015)
? Reseña y resumen de la Libertad de Franzen
Antes de la portada en Time con el sufrido Jonathan Franzen Great American Novelist, antes de enterarnos de que a Barack Obama le dejaron leer Libertad de Franzen cuando todavía ni estaba en las tiendas, y desde luego, mucho antes de que la expresión “voz de una generación” decayese, se popularizase, y volviese a decaer, antes de todo eso, lo de Jonathan Franzen ya estaba inventado. Y si sigue vigente sólo es porque funciona. Al fin y al cabo, estamos hablando del género literario mayor. Realismo puro, duro y contante.
El encapsulamiento de una época, el retrato de las miserias domésticas y nacionales (limitaremos esta reseña al ñambito de Estados Unidos) a través de la fiel narración de lo cotidiano es, y será, por motivos de fuerza mayor, el Tema.
Hasta la llegada del santo día en el que todos acabemos bombardeados (o infectados de Coronavirus), el paso del tiempo seguirá moldeando nuestro entorno con nuevas épicas y sinsabores para que gentes como John Dos Passos (espectacular Manhattan Transfer), John Steinbeck, William Faulkner, o más recientemente Don Delillo y Philip Roth, puedan seguir capturando sus destellos y matices y encerrarlos para siempre dentro de un libro.
En Libertad Franzen nos narra, desde la infancia a la madurez, la trayectoria de cuatro personas a las que el éxito y la desdicha les visitan en diferentes momentos de la vida
Es difícil saber si los libros de Jonathan Franzen serán para siempre. Si Libertad será para siempre. Complejo determinar si estamos ante el nuevo Roth (desde luego, por volumen de catálogo, la respuesta es no). Tampoco Postposmo es una web donde se diriman asuntos tan turbios y románticos como el de las categorizaciones de cara a la posteridad. Eso es cosa de los Harold Blooms (y Tongoys) de turno.
Pero sí que sabemos que Libertad ofrece una lectura entretenida, de calidad y a la par de las enormes expectativas que en su día generó (y le generaron) aquí el amigo de David Foster Wallace. Teniendo en cuenta lo dicho y, sobre todo, el abultado repertorio de clichés y lugares comunes made in USA que se despliega a lo largo de toda la novela, merece la pena explicar qué es lo que hace única la Libertad de Jonathan Franzen.
? Retrato del estado de ánimo de una nación
Varios de los elementos vertebradores de la peculiar Libertad de Jonathan Franzen se dan cita ya en la Pastoral americana de Philip Roth, publicada en 1997:
- Vida próspera y acomodada en casita con jardín
- Matrimonio en fase de derribo, hijo problemático y padre de familia recto y honrado.
- Personajes comprometidos (hasta extremos enfermizos) con el estado de ánimo de un país.
Es interesante analizar cómo se parece Walter, el cabeza de familia de Libertad, al Sueco (personaje) de Roth.
Ambos son individuos que, una vez alcanzada la cima, la supuesta llegada a meta, han sido testigos de honor del desmoronamiento de sus vidas. Bajo esta premisa, Franzen amplía el foco e introduce en la ecuación el concepto de la libertad, palabra imprescindible para comprender la política, economía y moral de los Estados Unidos desde su fundación y, más aún, desde los ataques terroristas del 11-S. En ocasiones, Franzen quizás evidencia demasiado por donde van los tiros, como sucede en la página 222:
“Todos los días disponía de la jornada entera para concebir una manera aceptable y satisfactoria de vivir, y sin embargo lo único que parecía sacar de todas sus opciones y de toda su libertad era más desdicha. La autobiógrafa casi se ve obligada a extraer la conclusión de que se compadecía de sí misma por ser tan libre”.
Sirviéndose de una estructura temporal caótica dominada por una separación por capítulos anecdótica y un texto autobiográfico escrito por Patty (madre de familia aquejada de una severa depresión) que abre y cierra la novela, Jonathan Franzen nos narra, desde la infancia a la madurez, la trayectoria de cuatro personas a las que el éxito y la desdicha les visitan en diferentes momentos de la vida para, al final, acabar todos igual de miserables y tristes.
Esta es más o menos la idea central del libro: no importa el dinero y las posesiones que tengas, tienes las mismas papeletas que el resto para acabar miserable y triste.
? Jonathan Franzen vs EE UU
Sentadas estas bases, Franzen hace un triple mortal y se sirve de la extrapolación del drama familiar para dibujarnos una panorámica amplísima del estado de ánimo de toda una nación. Que si tenemos problemas con los vecinos, que si de verdad nos conviene dejar de ser amigos de esa familia de demócratas que tanto nos pueden ayudar en nuestras ambiciones, que si el niño ahora anda haciendo negocios con los republicanos, esos malvados, vendiéndoles camiones polacos deficientes que luego mandan a Iraq.
Dilemas, en definitiva, en los que se emborrona la frontera entre aliados y enemigos, donde en ocasiones se redefinen los principios de una persona, a veces incluso las fronteras de su dignidad, con tal de conseguir el beneficio personal.
Franzen lo contó muy bien en una entrevista en una televisión sueca. Asegura que en ninguna de las 20 entrevistas que le realizaron en su gira de tres semanas por los Estados Unidos le plantearon pregunta alguna relacionada con el espinoso asunto del espíritu competitivo.
Ay, la competitividad, tótem capitalista alrededor del cual se han levantado los hoy decadentes Estados Unidos de América, otrora potencia dominante del planeta. “Nadie quiere hablar de ello, es un tema incómodo. La gente quiere ser amable y no es amable pensar acerca de cuánto estás dispuesto a machacar a tu hermano”. Minuto 6.
? Libertad: Jonathan Franzen es pura política
El bicho de la portada (una Reinita Cerúlea) hace alusión al proyecto de Walter, abogado demócrata y ecologista, de construir una reserva protegida a cien años vista que impida su extinción y para la cual tiene que aliarse con la Corporate America republicana de Cheney y Bush (pero sobre todo de Dick, recordemos la película Vice) , que sólo cederá los terrenos una vez los haya volado y vaciado de carbón.
El libro es pura política. Y no sólo por la generosa ración de charlas de sobremesa, sino porque hay personajes a los que, por ejemplo, les cambia el estado de ánimo para bien cuando “su país vuelve a empuñar el timón de la historia” (Pág.475).
Personajes como la estrella del rock a la que la visión de “una pareja blanca de poco más de veinte años, ambos vestidos con camisetas blancas y comiendo helado blanco” le recuerda al “régimen de Bush” (Pág. 420). O un personaje que se acuerda de Bill Clinton cuando le hacen una mamada. Cito omitiendo nombres de personajes:
—Sólo un segundo —perseveró ella a la vez que le abría la bragueta— Por favor, X.
X pensó en Clinton y Lewinski, y después, viendo la boca de su ayudante llena de carne suya y la sonrisa en sus ojos, pensó en la profecía de su malvado amigo.
Franzen y Obama
Si hay un malo en este libro, además del libertinaje y la conciencia de cada uno de los personajes, ese es George W. Bush y todo lo que representa. Libertad es el típico libro que se leería y publicitaría, qué se yo, Barack Obama (de hecho, lo hizo).
Aunque la trama se centre en la vida de una familia de fanáticos demócratas, el asunto es demasiado llamativo: los del elefante están detrás de casi todo lo malo que les sucede a la familia Berglund mientras que de tipos como Al Gore se dice, literalmente, que “fue demasiado buena persona para jugar sucio en Florida”.
Sin ser vulgar, el estilo no es precisamente llamativo ni muy elaborado y responde más a la premisa de hacer del libro un artefacto que discurra fluido y libre de rugosidades. Hay cierto exceso de marcas registradas y nombres de grupos musicales, actores de cine, etc. Mucho iPad, Ted’s y Coca-Cola que denotan claramente la intención de reflejar una época muy concreta con una cultura popular muy concreta.
Humor típico de los libros de Franzen
Mención aparte merece el ya clásico humor de los libros de Franzen.
Una serie de frases hechas repletas de ingenio (en realidad, no) que visitan al lector cuando menos se lo espera. Aquí una escena en la que el adolescente problemático se mete un anillo en la boca: “La dureza del oro de dieciocho quilates era sorprendente. Joey hubiese dicho que el oro era un metal blando”.
También hay cierto abuso de la palabra “literalmente”. La única escena en la que no se habría faltado a la verdad es esa en la que precisamente encajaba bien, sin necesidad de ese “casi”:(Pág. 558) ”…Manolita estaba de verdad loca por él, goteaba casi literalmente de deseo, desde luego rezumaba profusamente”.
Sí. Desde luego, el libro tiene sus momentos.
La variedad de temas que se abordan en esta compleja obra arquitectónica literaria es apabullante y es injusto que todo se resuma con la cantinela de que se trata de un alegato contra lo que erróneamente apodamos felicidad y libertad. Hay cabida para reflexionar sobre la amistad, las relaciones filio-parentales, la hipocresía en la política americana, Dios, Iraq, el crecimiento imparable de la población mundial, alcoholismo, nuevas tecnologías. Pájaros. Franzen ha intentado capturar el mayor número posible de elementos cotidianos de la típica familia de clase media estadounidense para resumir un país y una época. El tiempo dirá si le ha salido bien.
Jonathan Franzen, Libertad
Salamandra, Barcelona, 2011
672 páginas | 23 Euros