La desfachatez intelectual, Ignacio Sánchez-Cuenca | Reseña

Ojo. Se viene salseo del bueno.

“Así como el objetivo literario de Chirbes [en En la orilla] resulta factible y, de hecho, queda admirablemente resuelto, sin que haya quizá mejor formato que la novela para conseguirlo, Todo lo que era sólido, en cambio, adopta una forma ensayística y se mete en un terreno pantanoso, careciendo de los medios para salir de la ciénaga”.

La desfachatez intelectual aterrizó en las librerías hace un par de añitos y causó un curioso sindiós en el panorama cultural español. Tres años después, la pajarraca (como todas las pajarracas basadas en «este ha dicho que y el otro ha dicho que»), ha sido desplazada al olvido. El libro permanece.

¡A por El País!

Este valiente ensayo también podría haberse llamado La desfachatez de Antonio Muñoz MolinaFélix de AzúaJavier Cercas y Fernando Savater. Si eso es pedirle demasiado a un título (por mucho que Patricio Pron se las gaste peor con los suyos), pues más fácil: La desfachatez de El País. O también: El País, ese nido de farsantes.

No parece casualidad que los cuatro autores más vilipendiados (a los que todavía les estarán pitando los oídos de este obús editado por Catarata) sean colaboradores habituales del periódico de PRISA. Amparado en que éste es el diario que más escritores acoge en su regazo, Ignacio Sánchez-Cuenca (profesor de Ciencias Políticas de la universidad Carlos III) denuncia la existencia de un fraude intelectual ejercido por las que en teoría son las más excelsas plumas literarias españolas (más Vargas Llosa) a la hora de fabricar contenidos de análisis político.

Se da la feliz circunstancia de que todas publican en El País.

Es un libro interesante y arriesgado que por desgracia se antoja algo escaso en comparación a todo lo que podría haber dado de sí si se hubiese ampliado el foco de análisis.

Reverte y Vargas Llosa, en el punto de mira

Una idea repetida hasta la saciedad: que escribas buenas novelas no significa que escribas buenos análisis. Frente a “los figurones de siempre, con su ego hinchado y su opinión tajante e idiosincrásica” (derrochadores de aquel “machismo discursivo” acuñado por Diego Gambetta), el autor nos invita a fijarnos en nuevas voces que, a su juicio, están mejor preparadas y especializadas. Y ¡a la mierda! el artículo semanal del deslenguado Arturo Pérez Reverte (a quien no deja muy bien, llegando incluso a recordar con cierto énfasis su multa de 200.000 euros por plagio), y ¡a la mierda! las tribunas de los Nobel peruano de Literatura, parece decir Sánchez-Cuenca, a ratos notablemente desatado. Ojo a lo que cuenta de Vargas Llosa:

“Todo lo que en su literatura es sutileza se transforma en la prensa en opiniones esquemáticas y superficiales. Los artículos en los que expone el catón liberal tienen un cierto aire de catecismo laico y hasta de manual soviético de materialismo dialéctico, por su simpleza y acartonamiento. Su liberalismo económico es primario y la manera de defenderlo se corresponde con una forma especialmente tosca de machismo discursivo”, consistente en pontificar sin tener a la vista los datos y sin considerar argumentos alternativos a los suyos. Su escritura se vuelve propagandística y previsible, hasta el punto de que es raro poder aprender de sus artículo más políticos”.

Toma ya.

Es muy fácil criticar a la derecha mediática

Ni que decir tiene que cada uno de los embates del amigo Cuenca viene debidamente argumentado con entrecomillados y notas al pie que remiten a artículos que, en su mayoría, fueron publicados en prensa durante la crisis económica. Si en esta reseña no justificamos lo suficiente las pedradas es porque ya de por sí está feo llenarlo todo de entrecomillados como para, encima, ponerse a meta citar.

Duda para el catedrático: ¿por qué limitar el sesgo a la prensa escrita? ¿Es que no hay escritores jugándosela (y/o montándose sus películas) cada tarde en La Sexta y Onda Cero, por ejemplo? ¿Qué pasa con los 13Tv, las Intereconomías y Libertades Digitales de turno? A este respecto, es de agradecer que el autor opte por esquivar con dignidad la crítica a la derecha cavernaria mediática, tan facilona ella.

Con la ironía posmoderna de José María Izquierdo ya nos sobra.

Los César Vidal y Pío Moa de turno tienen en La desfachatez intelectual exactamente el número de menciones que se merecen: cero. Tampoco era cuestión de tomar ejemplos masticados pero, insistimos, la diana del autor no parece ser la totalidad del panorama mediático español. Siendo rigurosos, al centrarse en cuatro apellidos y una empresa, este libro ofrece menos de lo que promete.

Dicho esto, el libro es una gozada.

“El mundo de las letras es bastante pequeño y los efectos de cuestionar a ciertas figuras pueden terminar siendo fuente de complicaciones. Imaginemos que alguien critica a Fernando Savater, quizás el más público de nuestros intelectuales públicos: no cabe descartar que en El País se sientan ofendidos y consideren un “empecinado” al autor de la crítica, que, a su vez, encontrará dificultades para publicar en Claves de la Razón Práctica, revista del grupo PRISA dirigida por Fernando Savater, pero también para que le concedan el Premio Anagrama de Ensayo, en cuyo jurado ha estado Savater muchísimos años, o el Premio Espasa de Ensayo, en el que también estuvo un tiempo, y así hasta el aburrimiento. Lo mismo cabe decir de muchos otros figurones con múltiples y largos tentáculos en los medios de comunicación y editoriales de este país.”

El primer capítulo está dedicado a la “impunidad generalizada” con la que escritores de prestigio casi inmaculado hasta la fecha vierten opiniones de toda índole y sin vinculación alguna al mundo de la literatura, única parcela en la que han demostrado un notable saber hacer. Aunque Alberto Olmos ya le dedicase una buena tunda a Muñoz Molina en El Confidencial, y Cercas o Javier Marías sean habituales de webs literarias con mucho menos pudor y respeto que el que tenemos en Postposmo, la lista de damnificados de La desfachatez intelectual es la principal baza de esta rara avis editorial tan en sintonía con obras de corte similar aparecidas por la misma época hace unos años, como El cura y los mandarines y El retorno de los chamanes: aquí, además de la queja, hay nombres y apellidos.

“Yo no sé cuántos artículos malos tiene que escribir Félix de Azúa sobre política antes de que alguien reconsidere su talento como articulista”.

Opinadores de terrorismo y nacionalismo todos

En el segundo capítulo se pone el foco en los debates sobre el terrorismo y los nacionalismos, caladeros habituales de esta raza de escritores con afán por “opinar sobre política sin haber hecho un mínimo esfuerzo por aprender y estudiar”. Se trata de un capítulo muy pedagógico en el que cada desfile de sospechosos y culpables viene precedido de unas cuantas páginas de historia reciente de España.

Savater recibe de lo lindo cuando se le recuerdan sus posturas más relajadas con Batasuna precisamente en la época más sanguinaria de los etarras, a Cercas se le acusa de haber defendido la celebración del referéndum catalán antes de las elecciones catalanas y, dos años después, de haber defendido la idea contraria, (dejando caer que lo que en realidad defiende es que todo siga como está).

El decálogo de los principales argumentos esgrimidos por los contrarios al referéndum catalán de independencia es de los pasajes más brillantes del libro, ya que cada uno de los lugares comunes del tertuliano anti-indepe es respondido con gélida teoría política de catedrático.

Muñoz Molina apaleado

El tercer bloque de La desfachatez intelectual está dirigido a obras muy concretas: de Todo lo que era sólido, se asegura que Antonio Muñoz Molina “intenta determinar las causas de la crisis y se equivoca, por falta de preparación y conocimiento, casi en cada página del libro (y de paso se deja a la altura del betún a las no pocas figuras y publicaciones que alabaron el libro lanzado en 2013).

También son analizados, aunque con mucha menor saña, Qué hacer con España. Del capitalismo castizo a la refundación de un país, de César Molinas, y El dilema de España, de Luis Garicano. Los dos títulos son utilizados como ejemplo de literatura sobre la crisis en la que se propone la puesta en práctica de medidas y reformas sin una suficiente rigurosidad teórica que garantice su funcionamiento.

Las argumentaciones con las que el autor sostiene la incompetencia de los intelectuales citados en La desfachatez intelectual son sólidas y, con todo, la enmienda a la totalidad se torna injusta, desmedida. Una vez leído el libro, se vuelve inevitable reencontrarse con la página semanal de Javier Cercas y pensar en ella en términos de papel higiénico satinado. Y tampoco es eso. Que uno debe asomarse al diario con la máxima de las cautelas es cosa de sentido común- Comprar argumentos a ciegas, ni se plantea. Que hay voces nuevas que deben ser escuchadas es indudable. Y, al mismo tiempo, esta decapitación sumaria y generalizada a todo intelectual ochentero tiene algo de excesiva. Reflexión necesaria, pero pasada de frenada.

Buenos palos.


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