¿El guardián entre el centeno es para tanto?

Me gusta pensar en los años 50 como en la última década de inocencia de la humanidad. Antesala de un nuevo mundo en el que todo iba a ser reescrito, otra vez. Basta acercar la lupa al epicentro global de la cultura contemporánea para comprobar que a mediados del siglo XX la clásica ecuación de cambio = miedo estaba on fire. En medio de un curioso sindiós, la publicación de El guardián entre el centeno fue, dicen, un acontecimiento histórico. Cuasi forjador del estereotipo de teen terrible, El guardián entre el centeno es uno de los libros clásicos que siempre nos encontramos en las listas de las mejores novelas del siglo XX. Veamos por qué.

Reseña de El guardián entre el centeno

En los EE UU de los años 50 había mucho miedo. Todo buen y honrado vecino Mike tenía para elegir entre la bomba atómica, los ovnis, el comunismo o McCarthy para protagonista de sus pesadillas, mientras que los gobernantes, fieles a la máxima política de “cambiarlo todo para que todo siga siendo igual” continuaban recelando del enemigo histórico de la clase poderosa: el libro. Las ideas y sus promotores se sentaban en el banquillo de los acusados y, por algún motivo, a los que de verdad cortaron el bacalao, el rock y la televisión, nadie les dijo nada y se colaron sin más. Lo sé por Madmen.

Extraños días, en los que el editor de Allen Ginsberg defendía ante el juez el valor literario de aquel circo de carpe diem, yonkis y penes en verso llamado Aullido mientras en los periódicos al Vladimir Nabokov de Ada o el ardor le llamaban de pedófilo para arriba. El ruso, en una nota para las siguientes ediciones de Lolita en la que detallaba qué es lo que él entendía por literatura para, de paso, dejar claro que nunca había mantenido relaciones con niñas, explicaba que no le hacían mucha gracia las novelas con pretensiones moralizantes y que sólo le interesaban aquellas que le proporcionasen lo que él llamaba placer estético:

“Todo lo demás es hojarasca temática, o lo que algunos llaman la Literatura de Ideas, que a menudo no es más que hojarasca temática solidificada en inmensos bloques de yeso cuidadosamente transmitidos de época en época, hasta que al fin aparece alguien con un martillo y le hace una buena raja a Balzac, a Gorki, a Mann.”

Un libro para todas las edades

El caso es que, cinco años antes, 1951, a Jerome David Salinger le tocó ser el del martillo en el yeso. Más tarde lo sería Don Delillo. Hasta entonces, la idea que se tenía de literatura juvenil era otra. Con la publicación de El guardián entre el centeno, Jerome, ya para siempre J.D. Salinger, se marcó él solito todo un harrypotter al conseguir que su novela fuese bien acogida por crítica, adultos y jóvenes.

Los primeros alabaron cómo se había capturado “la voz de toda una generación” y los chavales, sin capacidad ni vergüenza para tanta petulancia, levantaron la ceja ante un libro cuyo protagonista, vendaval de desesperación, inconformismo y palabrotas, les hablaba a la cara. Es imprescindible contextualizar la época a la que nos referimos cuando uno habla de fenómenos literarios. Uno corre el riesgo de leerse un pez gordo de literatura del siglo XX y convertirse en el ciudadano un billón en proferir  el “pues no es para tanto” y quedarse tan ancho. Si ha llegado hasta aquí: gracias, lector, amigo mío.

Cautivadora personalidad de Holden Caulfield

Dos factores ayudan a entender por qué estamos aburridos de oír hablar de El guardián entre el centeno en cada librería, en cada bar.

  • Uno. Ha quedado dicho en la infinita introducción por la que insisto en disculparme: a nadie se le había ocurrido que ese tipo de cosas (lenguaje soez pero en sintonía con el de la mente de cualquier muchacho, reflexiones exentas de recato o pudor alguno) pudiesen ponerse en un libro, más aún en uno de literatura juvenil en una época en la que ese concepto seguía perteneciendo a Mark Twain, Charles Dickens & Co.
  • Dos: 60 años después, el adolescente personaje protagonista, Holden Caulfield, podría haber nacido hoy. El tono sigue completamente vigente y, con mucha probabilidad, o eso dicen los que entienden, ningún libro ha sabido plasmar mejor el funcionamiento de los engranajes del cerebro de un adolescente. La película Ladybird (por decir una) no podría existir sin El guardián entre el centeno.

Con poco más de 260 páginas repartidas en 26 capítulos, la estructura y la atmósfera invitan a una lectura sin pausas, del tirón.

Abundan los diálogos y los acontecimientos, no así las descripciones. La grandeza (y el escándalo) de la obra reside en la compleja construcción psicológica del protagonista, un niño rico mimado de 16 años que se ha escapado de su residencia estudiantil y que se dedica a pulular durante dos días y dos noches por Manhattan.

A medida que se suceden las reflexiones en primera persona y los diferentes encuentros que mantiene Holden con gente de toda índole, el lector va descubriendo la ola de pesimismo que asola al chico.

Hastiado por la fachada de hipocresía, zafiedad y oportunismo que cree ver en los adultos y en prácticamente todo el que le rodea, su desconcierto con la vida aumenta a medida que ésta le revela de qué viscosa sustancia está hecha: “Me paso el día entero diciendo que estoy encantado de haberlas conocido a personas que me importan un comino. Pero supongo que si uno quiere seguir viviendo, tiene que decir tonterías de ésas”.

El chaval se cuela en bares, restaurantes y hoteles, luchando por ser un invitado de excepción del mundo al que aún no pertenece.

Una bomba llena de sarcasmo y rebeldía durante su estallido. Nada más. Se tocan temas como la muerte (“No sé por qué hay que dejar de querer a una persona sólo porque se ha muerto. Sobre todo si era cien veces mejor que los que siguen viviendo”, en referencia a su hermanito fallecido hace tres años por leucemia), la familia, la amistad o el amor, pero sólo como pretextos para explicar el esquema de valores y prioridades del protagonista.

Lectura breve, concisa y directa

Es suave y empático con su tierna hermana de diez años, sorprendentemente sincero y adulto con una prostituta que acaba de conocer, y cruel, odioso y vengativo con todos los chicos de su edad y con casi todas las personas que asoman por su existencia. Así es Holden y así es El guardián entre el centeno: breve, conciso y directo. No hay historia en la novela del joven Caulfield porque la historia es él.

Cuando esta sencillez en el planteamiento se encuentra acompasada por una narración fluida, entretenida y accesible, que no vulgar, lo que se obtiene es una novela de rápida ingesta pero de larga digestión gracias, entre otras cosas, a citas largamente recordadas:

  • “Los libros que de verdad me gustan son esos que cuando acabas de leerlos piensas que ojalá el autor fuera muy amigo tuyo para poder llamarle por teléfono cuando quisieras”
  • «No importa que la sensación sea triste o hasta desagradable, pero cuando me voy de un sitio me gusta darme cuenta de que me marcho. Si no luego me da más pena todavía.”
  • “Me encantan las mujeres. De verdad. No es que esté obsesionado por el sexo, aunque claro que me gusta todo eso. Lo que quiero decir es que las mujeres me hacen muchísima gracia.”

A diferencia de Lolita, donde las relaciones sexuales tienen lugar calladamente, sólo sugeridas y nunca descritas, en El guardián entre el centeno no hay escenas de sexo, pero (como en la vida) la tensión está por todos lados. Por todas las páginas. A eso hay que sumar estampas estremecedoras y largamente recordadas como la del par de borracheras que se agarra el chaval, el tenso encuentro en un cuartucho con las prostitutas o el amargo despertar de un Holden sin pantalones junto a uno de sus profesores favoritos, Mr. Antolini, mientras éste le mira “con admiración”.

Post-Guardián entre el centeno

En 2009, J.D. Salinger llevó a juicio a un señor de 90 años que había redactado una imaginativa continuación de la novela con un Holden envejecido como protagonista. Un año después de que 60 years later: coming through the rye fuese prohibido, Salinger muere y la fama de su obra, como la de todo fiambre, sube como la espuma. En España alcanza el número uno de los más vendidos y las librerías se llenan de enteradillos que no se cansan de repetir  que “no era su mejor libro”.

Luego aparecieron los gafapasta de “sí, pero fue su única novela” y los rumores de que el escritor dejó un ingente legado de material inédito.

Luego, incluso Andrés Calamaro le homenajeó en la canción Tantas veces Algunos se encierran solos durante 40 años, Los daños son las tintas de sus lapiceros»y en la portada de Bohemio.

Lo cierto es que, como todo escritor con calidad, fama y carácter, el personaje de J.D. Salinger terminó comiéndose a la persona y hoy la historia tristemente le recuerda como un virtuoso, sí, pero también como un hombre cerrado que se bebía su propia orina y cuyo pavor a la exposición mediática le condujo a la reclusión en su propio hogar hasta el final de sus días, tiempo durante el cual, amargo sino, recibió frecuentes visitas de hasta una veintena de jóvenes aspirantes a escritoras. La única con la que mantuvo una relación subastó después la correspondencia privada que le había dedicado el escritor («las mujeres me hacen muchísima gracia.”)

¿Por qué se llama El guardián entre el centeno?

Extracto del libro:

“Estoy al borde del precipicio y mi trabajo consiste en evitar que los niños caigan en él. En cuanto empiezan a correr sin mirar adónde van, yo salgo de donde esté y los cojo. Eso es lo que me gustaría hacer todo el tiempo. Yo sería el guardián entre el centeno.”

Y ya.

La historia de la publicación de El guardián entre el centeno evidencia una vez más la ecuación que mencionábamos al comienzo del texto. El mismo libro que por miedo fue censurado tras su lanzamiento en institutos y bibliotecas de todo EE UU, y que en España no salió hasta 1978, es hoy lectura obligatoria en escuelas de medio mundo.

Hace 60 años, una novela de calidad podía causar sensación en los mismos chavales que hoy prefieren buscar resúmenes de libros a leérselos. Para todos ellos, Holden Caulfield, que aspira a ser como el guardián del poema de Robert Burns guardaría una reprimenda. Un azote quizás.

Coming through the rye, poor body
Coming through the rye,
She draiglet a’ her petticoatie.
Coming through the rye

Gin a body meet a body
Coming through the rye;
Gin a body kiss a body,
Need a body cry?

Gin a body meet a body
Coming through the glen;
Gen a body kiss a body,
Need the world ken?

Jenny’s a’ wat, poor body;
Jenny’s seldon dry;

She draiglet a’ her petticoatie,
Coming through the rye.

El guardián entre el...
  • Salinger, J. D. (Autor)

J.D. Salinger, El guardián entre el centeno
Alianza, 1951 (Primera edición)
272 páginas, 8 Euros


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