El amor y la pasión se dice que son sentimientos que mueven al mundo, pero como muchos sentimientos, a veces se desbordan y a pesar de sus intenciones, pueden causar más daños que beneficios, por eso existe la virtud y la castidad para controlarlos, como simboliza el mito de Dafne y Apolo.
Dafne y Apolo
Apolo es el dios griego de la música, la poesía y el arte en general, es un gran guerrero y un extraordinario arquero. Además es orgulloso y presumido. Eros es el dios de la fertilidad y de la atracción sexual, también es un formidable y certero arquero. Apolo dio muerte a la terrible serpiente Pitón y envalentonado por ese triunfo increpó a Eros:
“Dime, joven afeminado, ¿Qué pretendes hacer con esa arma más propias de mis manos que de las tuyas? Yo sé lanzar flechas certezas contra las bestias feroces y contra los peores enemigos. Yo he gozado mientras veía morir a la serpiente Pitón entre las angustias envenenadas de muchas heridas. Conténtate con avivar con sus candelas un fuego que a mí no me alcanza y no pretendas igualar tus victorias con las mías”
Eros se sintió muy ofendido por las palabras del vanidoso dios, pero no se amilanó y le respondió:
“Sírvete de tus flechas como mejor te plazca y hiere a quienes te dé la gana. Más a mi me place herirte ahora. La gloria que a ti te viene de las bestias vencidas me vendrá a mí de haberte rendido a ti, cazador invencible”
Después el ofendido dios del amor erótico se fue al monte Parnaso y allí tomó dos flechas, una de oro que incita al amor y la pasión, la otra flecha estaba elaborada con plomo que provoca el odio y el desdén. La primera flecha la disparó con gran certeza directo al pecho del poderoso Apolo, la segunda la envió al cuerpo de la ninfa Dafne.
Dafne era una dríade, una ninfa de los árboles, hija del dios río Ladón de Arcadia con Gea o del dios río Peneo de Tesalia con Creusa, una ninfa de las aguas y sacerdotisa de Gea. Dafne era seguidora de la hermana de Apolo, Artemisa diosa de la cacería, de las doncellas y de la virginidad.
Después de recibir la flecha disparada por Eros, Apolo sintió un apasionado e irracional amor además de un irresistible deseo por La ninfa Dafne, por su parte ella, que por ser sacerdotisa de Artemisa de hecho rechazaba el amor carnal, sólo sentía desprecio y odio por el dios.
Enloquecido de amor, Apolo, rogaba y suplicaba a la ninfa. Le daba todos los argumentos que se le ocurrían para convencerla de aceptar su amor. Le ofreció todo lo que un dios de su poder le concedería. El valiente y orgulloso dios arquero se humilló ante la indiferente Dafne, pero era en vano, la ninfa sólo sentía desprecio por él y no lo disimulaba, a cada súplica del dios respondía con desdén.
Apolo reflexionaba sobre su situación, sabía que era el hijo del poderoso Zeus, estaba consciente de su poder para ver el futuro y conocía de primera mano todo lo pasado, era el arquero más certero que el universo conoció, era adorado como benefactor por haber inventado la medicina y conocía la virtud de las plantas para dar fin a todos los males de los mortales, pero aún así, con todos sus conocimientos no sabía cómo curar su corazón inmortal del mal inculcado por el dardo de Eros.
Apolo pensó que si su poder y gallardía, además de todas las súplicas fueron insuficientes para conquistar el indiferente corazón de la ninfa, el único camino que le quedaba era el de la violencia y por eso decidió someter a Dafne y forzarla a entregarse a él. Dafne, al ver al dios, comprendió enseguida sus oscuras intenciones y huyó despavorida. En su desesperada carrera Dafne llegó a la orilla del río Peneo, su padre, y le suplicó así desesperada:
“Padre mío, si es verdad que tus aguas tienen el privilegio de la divinidad, ven en mi auxilio… o tú, Tierra, ¡trágame!, porque ya veo cuán funesta en mi hermosura…!”
Apenas terminó su angustiada súplica un espasmo recorrió todo su cuerpo, siente que sus piernas se entorpecen, toda su piel se va cubriendo con una suave corteza, sus rubios cabellos se convierten en hojas, sus torneados brazos se convierten en ramas, sus blancos y delicados pies se retuercen, se convierten en raíces y se hunden en el suelo, finalmente su rostro deja de verse, de la ninfa solo queda un árbol de laurel que conserva toda su belleza.
Apolo, atónito, es testigo de la transformación de su amada. El dios palpa el tronco del árbol y siente los latidos del corazón de la ninfa, entonces abraza con ternura al tronco, lo besa y con lágrimas en los ojos le dice que ya que no puede ser su esposa será el árbol dedicado a su culto, promete que adornará sus cabellos, su lira y su aljaba con laureles; los laureles adornaran la frente del guerrero victorioso y protegerán las puertas de los emperadores y gracias al amor que en ellas deposita, sus hojas permanecerán siempre verdes.
Virtud frente a lujuria
El mito de Dafne y Apolo simboliza el enfrentamiento entre la virtud y la lujuria. Apolo, quien en este caso representa a la lujuria, persigue cegado por el deseo sensual a Dafne, símbolo de la virtud. Dafne ha consagrado su vida a la virtud y, como sacerdotisa de Artemisa ha hecho votos de castidad.
Dafne logra escapar de los oscuros deseos del dios gracias a la metamorfosis que sufrió su cuerpo convirtiéndose en árbol, representando la castidad eterna. Además ese árbol es el laurel, símbolo de la victoria, es decir el triunfo de la virtud sobre la lujuria.
Dafne y Apolo en el arte
Muchos artistas se han inspirado en el mito de Dafne y Apolo. La que se considera la primera ópera de la historia, lamentablemente desaparecida, escrita en 1597 por Jacopo Peri se titulaba “Dafne”. “Gli amori d’Apollo e di Dafne” es una ópera de Francesco Cavalli. “Dafne” es el título de una ópera de Richard Strauss basada en el mito de esta ninfa. Dafne y Apolo se tituló una pintura de de Francesco Albani y una escultura de Gian Lorenzo Bernini.
Los poetas también recibieron la inspiración que provenía de este interesante mito: La obra poética de Francesco Petrarca está marcada del mito de Dafne a quien el poeta florentino identificaba con su amor eterno Laura de Noves. El soneto XIII escrito en el año 1543 por Garcilaso de la Vega comienza con estas palabras: «A Dafne ya los brazos le crecían…». El músico y poeta español Juan de Arguijo compuso en 1605 un soneto titulado “Apolo a Dafne”
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