Parásitos es la mejor película de 2019 y se merece el Oscar

Parásitos está nominada a los Oscars 2020 que se celebrarán este domingo 9 de febrero (madrugada del 10 para España) en un total de 5 categorías. Mejor película, mejor director, mejor guión original, mejor montaje y, por supuesto mejor película extranjera.

Pocas categorías nos parecen.

A continuación, la crítica que publicamos en Postposmo al poco de estrenarse Parásitos y en la que apelábamos a una calma que ya no es necesaria. Es la película del 2019. Y punto.

Hacía seis años que una película no ganaba de forma unánime la Palma de oro del festival de Cannes (la última fue La vida de Adèle, 2013). Parásitos, del director surcoreano Bong Joon-ho, es la mejor película de 2019 y la digna merecedora del Oscar a Mejor película. Es un hecho que  la crítica se ha entusiasmado con Parásitos.

Crítica de Parásitos

Parásitos no es la mejor película de 2019 sencillamente porque el año aún no ha terminado. Es cerebralmente imposible abandonar una sala de cine y sentenciar “esta película es un diez”, del mismo modo que tampoco es posible despertarse al día siguiente, o a la semana siguiente, y sentenciar “esta es la mejor película del año”. Lo único que ahora necesita Parásitos es tiempo para dejar que el sosiego se instale; que las aguas retomen la horizontalidad y que el ruido se difumine.

Entonces, y sólo entonces, podremos atender una duda que, por favor que nadie se lleve a equívocos, se presenta más que pertinente y necesaria: ¿puede que la nueva obra maestra de Bong Joon-ho sea la mejor película de este año 2019 al que ya empiezamos a ver asomarle los títulos de crédito finales?

Las películas de 10 juegan una liga distinta a las de 1-9: en las obras impolutas, la certeza de dicha perfección le sacude a uno de forma retardada. Cuando la película te persigue.

Esta, desde luego, tiene pinta de ser de ésas:

Crítica de Parásitos

La capacidad de una película para sorprender y superar las expectativas del público es uno de los requisitos fundamentales de cara al éxito. Cualquier creación, ya sea artística, cultural o de puro consumo, tiene como objetivo prioritario la superación del cliché. Sin un guión fresco, poco importa la atmósfera, la calidad de los diálogos, de la fotografía o de los movimientos de cámara.

A pesar de su planteamiento falsamente simple (ricos contra pobres), Parásitos supera esta prueba de fuego gracias a un fenómeno que se prolongará de principio a fin en la cinta: la flexibilidad y capacidad de adaptación no ya de su trama, sino de la naturaleza misma de una película cuyo género es prácticamente inclasificable.

A medida que la narración avanza (rápida, al grano y sin tedio ni florituras innecesarias), el género de Parásitos va modificándose sin que el espectador conceda importancia alguna a la mutación. Si es que la detecta. Nada más terminar el visionado, ciertos gags y escenas de humor de los primeros compases de la película se presentan ahora con la extrañeza y lejanía de aquello que pertenece ya a tiempos mejores. A pesar de que éstos se desarrollasen en un zulo subterráneo con olor a fritura, orines y pesticida.

Imagen promocional del rodaje de la película Parásitos, del director Bong Joon Ho

Imagen promocional del rodaje de la película Parásitos, del director Bong Joon Ho

En el ecuador de la película, cuando ya todos hemos aceptado que Parásitos va a contarnos una historia de máscaras y enredos, lo que en realidad toca asimilar es el componente de loca imprevisibilidad de la historia que se nos cuenta. Serían indispensables severas dosis de creatividad e imaginación para ser capaz de vaticinar la devastación física y psicológica que se les viene encima a las dos familias protagonistas.

Aquí la película se nos convierte en thriller o incluso película de terror, para luego culminar con un desenlace de drama realista moderno cuya moraleja es un ataque frontal a la pasta de la que están hechos los sueños y aspiraciones de los seres humanos en el marco de una sociedad hipercapitalista.

¿Quiénes son los parásitos en realidad?

Como en El Padrino, Doce hombres sin piedad y La lista de Schindler (las películas mejor valoradas de la historia en FilmAffinity), el tema central de Parásitos es la gestión del bien y el mal, esta vez usando como marco de análisis la moralidad de los actos de dos familias de Seúl ubicadas en polos opuestos de la escalera social.

A diferencia de lo que pueda parecer en los primeros compases, Parásitos no persigue presentarnos a los buenos a los malos ni explotar una dualidad de héroes y villanos: deja que sea el espectador el que decida con qué familia y/o miembro empatizar, y cuáles criticar. El villano aquí es conceptual e imbatible: en cuanto tienen oportunidad de ascender en su escala social, los humildes emulan los roles y comportamientos que en un primer momento sufrieron y condenaron.

Uno de los puntos a favor de Bong Joon-ho como guionista es su pericia para hacer creíbles planteamientos rocambolescos (o directamente imposibles, como sucede en Okja, su anterior trabajo, menos laureado en críticas). Esta es una de las piezas fundamentales del éxito apabullante de Parásitos: además de estar repleta de sorpresas, éstas son creíbles y sólo hacen que sumar magnetismo a la historia. El director surcoreano se sirve de cada una de las convenciones de cada género para abordarlas frontalmente justo antes de dar un quiebro. Ejemplo:

-Lo que sucede: el hijo de la familia pobre consigue un empleo tras engañar a una familia rica.
-La expectativa: puede que esto ayude al chaval a salir de la pobreza. Puede que, además, sea el inicio de una historia de amor. Anuncio de un cambio de vida a la vista.
-Lo que termina sucediendo: el hijo de la familia pobre aprovecha para repetir el engaño y conseguirle trabajo a toda su familia.

Si Parásitos fuese una producción estándar de Hollywood, el clímax de la película sería el inevitable descubrimiento del pastel.

Nada es lo que parece en Parásitos

Descubierta la propuesta de la película (la premisa de la engañifa familiar practicada por los Kim), es tentador pensar que la razón de ser del resto de la cinta girará en torno a la posibilidad de que los Park se enteren tarde o temprano del escándalo. Si Parásitos fuese una cinta barata de Hollywood, el clímax sería el inevitable descubrimiento del pastel. Como se advertirá en sus compases finales, el asunto de la invasión/ocupación enmascarada sólo es el vehículo con el que poner de relieve un problema de calado infinitamente mayor tocante con las aspiraciones existenciales de cada individuo.

Con cada giro de guión, el espectador renueva su extrañamiento y, con él, su interés e inversión en la película, lo que hace de Parásitos una cinta que funciona tanto para audiencias exigentes como para devora palomitas de centro comercial. En este sentido, el exotismo diferenciador que todavía hoy pueden producir en occidente los códigos, usos y costumbres de las películas asiáticas y, en especial, las coreanas, juega muy a favor de Parásitos.

Pensemos en Oldboy (máximo exponente del cine surcoreano): ¿acaso no cuenta también con un componente similar de imprevisibilidad? Es encomiable la suavidad con que, tras cada nueva curva sorpresa, Parásitos se las apaña para reconducir la película de un modo sólo a la altura de unos pocos Scorceses, Finchers, Nolans y Tarantinos.

Lo que en otras producciones caería fácilmente en el saco de las decepciones aquí es reciclado para convertirse en un elemento que suma. Cuando descubrimos la sofisticada y tediosa forma que uno de los personajes tiene para, mediante pulsaciones de interruptores de luz, emitir código morse para comunicarse con la familia Park, es tentador pensar que estamos ante una llave que resultará fundamental en el futuro, y que servirá para revelarle a los Parks lo que se está cocinando en su casa.

En su lugar, la llave se convierte en puerta: el modo en que se juega la carta de los mensajes en morse al final de la película sólo tiene un efecto posible en el espectador: el del resquebrajo en dos de su alma. Carece de importancia que los Park descubrieran o no la engañifa porque los conflictos de la trama hace tiempo que ya no juegan en ese nivel.

Fotograma de Parasites (2019), dirigida por Joon-ho Bong

Fotograma de Parasites (2019), dirigida por Joon-ho Bong

Suave evolución hacia el abismo de las dos familias coreanas

Y esto es lo que sucede en la película desde el minuto uno, siendo esta capacidad de constante descubrimiento uno de los motivos que la hacen magnética e inolvidable. Las expectativas, los conflictos de los que nacen y las repercusiones que producen, evolucionan de un modo sutil, acolchado y piano pianísimo. Los problemas iniciales de Parásitos brotan de una cajas de pizza con las esquinas mal dobladas o de la falta de cobertura Wifi. Los problemas últimos son un golpetazo en la frente hacia la ética y la moral de la raza humana en su conjunto.

Si a todo esto le sumamos una factura técnica perfecta, una banda sonora que pasa desapercibida (con todo lo bueno que esto conlleva) y una construcción de personajes que obedece de manera impecable a la máxima no lo cuentes: muéstralo, es fácil entender por qué Parásitos es una obra maestra de película. Es fácil entender por qué la crítica se ha rendido con Parásitos.

La construcción de los personajes y la borrachera de sutiles detalles con los que Boong Joon-ho va construyendo ante nuestros ojos la sorpresa cinematográfica del año son cuestiones que merecen un artículo propio. Baste analizar la cantidad de información que recibimos de la madre de la familia acomodada en sus primera secuencia:

1. Ociosa, se pasa la mañana durmiendo.
2. Cualquier cosa que tenga relación con EE UU le supone una garantía de calidad, llegando a recalcar que las flechas de juguete de su hijo deben de ser muy buenas porque las importaron de Estados Unidos.
3. Justo después de confesar que la niña está sacando malas notas, amenaza al nuevo profesor con dejar de contar con sus servicios si la calidad de sus clases no están a la altura de las de su predecesor (lo que hace de la amenaza un sinsentido)
4. A pesar de haberle aumentado el salario al nuevo profesor para «compensar la inflación», cuenta meticulosamente los billetes que mete en el sobre e incluso extráe uno que estaba de más.

Fotograma de la película Parásitos, del director Bong Joon Ho

Fotograma de la película Parásitos, del director Bong Joon Ho

Y así con todos los personajes en todas las escenas, las cuáles funcionan como pasteles a los que regresar una y otra vez en busca de nuevos hallazgos. El modo en que todos (incluso los perritos) siguen al cabeza de familia pudiente en cuanto regresa a casa (exagerando quizás cómo el que trae el pan a casa es el genuino motor que mantiene a esa familia en pie).

O el lastre constante que suponen los actos y palabras del cabeza de familia humilde o las sutiles indicaciones que sugieren que la familia pobre funciona como un todo unido, mientras que la familia rica está pulcra y ordenadamente desestructurada en una disfuncionalidad oculta bajo un manto de bienestar, seguridad y comida caliente. Dentro de la imparcialidad casi perfecta de Parásitos, ésta es una de las críticas más claras que nos ofrece: las familias, mejor si están unidas.

El Padrino, Doce hombres sin piedad y La lista de Schindler son películas complementarias que sería injusto someter a ordenación. Los rankings y tops existen porque la tendencia del ser humano a poner orden en el entorno ayuda a simplificar su realidad (y también porque da muy buenos resultados de clics y tráfico). No existe cosa parecida a Mejor película de 2019 o Mejor película de la historia. Pero entre nosotros nos entendemos, ¿verdad? Cada creación cinematográfica se corresponde a su lugar y a su tiempo (por no hablar de las condiciones y expectativas de su visionado).

Dicho esto, si en Postposmo nos preguntaran por las mejores películas de la década de los 2010 que estamos a punto de terminar, nos entrarían sudores crispados, pero sabríamos que en algún lugar de la lista habría sitio para La gran belleza, La la land, Birdman, El lobo de Wall Street, Interstellar y, evidentemente, Parásitos.


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