Crítica de Jesus is King: ¿se ha vuelto loco Kanye West en su nuevo disco?

Encadenar demasiados años seguidos de estrellato a según a qué edad tiene estas cosas. O Kanye West se ha vuelto loco en su nuevo disco, Jesus is King o, como él cree, todo se resume en que él sabe algo que nosotros no. Kanye West se ha convertido en un ejemplo formidable del artefacto posmoderno, entendido éste como una realidad de múltiples interpretaciones sometidas a una verdad absoluta inexistente. Si empezamos por lo más elemental, las preguntas que podemos formular en torno al rapero no presentan demasiado desafío. Es cuando empezamos a añadir capas de análisis cuando comienza el reto:

  • ¿Es Jesus is King el nuevo disco de Kanye West? Sí , aunque también es el nombre de su nueva película.
  • ¿Es Jesus is King su noveno trabajo de estudio? La respuesta depende de si aquellos extraños siete cortes publicados hace un mes en iTunes y Spotify bajo el nombre de Yandhi merecen o no la designación de álbum.
  • ¿Es Jesus is King, (27 minutos de rap cristiano y gospel) una tomadura de pelo? Semejante pregunta tarda bien poco en desinflarse si la sometemos a  una realidad situada en una esfera superior:
  • ¿Importa lo que sea o deje de ser el nuevo disco de Kanye West? De hecho:
  • ¿Es Kanye West un músico? Respuesta a todas las preguntas: sí y no.

Una vez terminada la primera escucha de Jesus is King, sólo hay una reacción posible:

¿Ya? ¿En serio? ¿Esto es todo? 

Merece la pena repetirlo: Kanye West, de 42 años, se ha marcado un disco con una duración total de veintisiete minutos. El más corto de sus álbumes. Resulta casi ofensivo hacia el sentido común tratar de atacar un análisis riguroso, más aún cuando la mayoría de esos veintisiete minutos son escritura pobre y adoraciones al Señor. Y sin embargo:

Jesus is king

Despues de dos primeros cortes introductorios, el primer resquicio de rap (Follow God) suena bien, al Kanye temprano de hace ocho discos. Pero sólo dura minuto diecisiete segundos. En Closed on sunday se alaba la política de una cadena de comida rápida de no abrir los domingos para dejar que esos días sean de la familia y del Señor, y se usa como metáfora para una de las varias guías de comportamiento que el señor Kanye West nos recomienda seguir (en esencia, la totalidad del disco es una ristra de recomendaciones éticas y morales: deja el Instagram, reunete en familia y reza, cuida de tus hijas, sigue a Jesús y obedece:

Me arrodillo ante el Rey en el trono
mi vida es suya, yo ya no soy yo

Everything we need es la canción que mejor suena gracias al ritmo trap predominante. Por desgracia, dura dos minutos y sólo ofrece una idea llamativa: «¿Qué habría pasado si Eva hubiese hecho zumo de manzana?». En Water todas las líneas de Kanye West empiezan con la palabra Jesús, ya sea para decir que es nuestro salvador o para pedirle favores. En God is nos encontramos con un bonito ritmo sampleado de la canción homónima de 1979 interpretada por James Cleveland. Más importante aún, en este corte tenemos la que probablemente sea la razón de ser de este disco:

Cada vez que miro hacia arriba, veo la bondad de Dios
Lo que demuestra cuan milagroso es
No me lo puedo guardar para mí, no puedo sentarme aquí y quedarme quieto
A todo el mundo se lo diré hasta que el mundo entero esté curado

En Hands on, el minimalismo en la producción (presente en casi todas las canciones) ya se vuelve tedio. En la siguiente canción, Use this gospel, el minimalismo acompañado de prédicas pasa a ser insportable. Sobre todo si tenemos en cuenta que estamos a punto de terminar de escuchar un album en el que lo único que se ha hecho es girar en torno a una idea que ya nos quedó clara en el título: Jesus is King. Por si acaso alguno no había pillado el concepto, la última canción se llama Jesus is Lord. Y es más de lo mismo.

¿Se va a presentar Kanye West a las elecciones de 2020?

No se trata de que Kanye West se nos haya hecho cristiano ortodoxo de golpe y porrazo (entre sus más grandes clásicos ya encontramos en su primer disco la fenomenal Jesus walks). El problema aquí no reside en el qué sino en el cómo.  Basta con ver su larga entrevista promocional con Zane Lowe y escuchar una intervención hecha por el propio rapero y para la que no es necesaria la traducción: I am unquestionably, undoubtedly the greatest human artist of all time. It’s just a fact.

El problema aquí es que parece no haber lugar para la calma, el sosiego o las medias tintas en la cabeza de Kanye West.

La pregunta de este encabezado es un buen resumen del panorama: es real y figura entre una de las búsquedas más populares de Google en Estados Unidos. En efecto, en su día Kanye West anunció que iba en serio con lo de ser presidente de los Estados Unidos. A la semana, se le pasó. Hoy, por ejemplo, ha confesado ser un adicto al porno. Y así todo.

Desde hace años (y coincidiendo con el descenso de su impronta en la industria musical) en el universo Kanye West se ha vuelto casi imposible discernir qué es lo que de verdad piensa el rapero de Chicago. Absolutamente todo lo que dice y hace está orientado a la consecución de la psinergía titulares-dinero.

Kanye West, el artista que no tuvo inconveniente en compararse con Steve Jobs y Leonardo Da Vinci (entre otros), hace mucho tiempo que está a otra cosa. Lejos quedan los días de The College Dropout y Late Registration (los mejores discos de Kanye West). En el año 2019, el rapero y productor es más conocido por sus zapatillas Yeezy (el precio del par más barato no baja de los doscientos dólares), su apoyo a Donald Trump (al que dice amar y trata de «héroe») y las apariciones junto a su esposa, Kim Kardashian (reality show incluido).

Hace más de dos décadas que el rap puso a Kanye West en el mapa,  y parece que el creador de Yeezus ya ha exprimido de él todo lo que necesitaba. La jugada ahora es hacer del lanzamiento de un nuevo trabajo una anécdota y del disco en sí, un icono. Y no precisamente por su calidad musical, sino por todo el ruido de alrededor.

Kanye West parece haber decidido jugar la carta de la complejidad, que no profundidad; una complejidad que se basa en ejecutar un batuburrillo de chillidos y movimientos confusos orientados a todas direcciones y confiar en que el público muerda el anzuelo: «Ah, con los genios ya se sabe.»

Serían necesarios muchos más párrafos para explicar el contexto completo de la atmósfera en la que ahora Kanye West nos sorprende con uno de los discos más raros de la historia del hip hop. Si es que Jesus is King puede considerarse como tal. Sin ir más lejos, hace tres años, Kanye West ingresó en la unidad de problemas mentales del hospital de Los Ángeles y su propia estabilidad emocional es un problema que todavía hoy dice preocupar a su esposa.

¿Qué es real y qué no?

¿Se supone que tenemos que creernos (y comprar) el mensaje cristiano de un tipo que el año pasado hacía enloquecer los clubs con una canción cuyo estribillo era «Qué puta eres, me encanta», y donde se escuchaban ocurrencias como «Soy un puto enfermo, me gusta follar rápido» (I love it, junto a Lil Pump). ¿Por qué tiene uno la sensación de que Kanye West cree poder reírse del mundo entero?

Si algo hay que reconocerle a Kanye West es que ha sabido anticiparse (o fabricar) tendencias futuras en ciertos momentos de su trayectoria artística. Dicho esto, uno de los fenomenos más interesantes del panorama musical actual (y en especial del rap estadounidense) no es otro que el de la proliferación de sencillos o singles que no pertenecen a ningún disco.

La única interpretación válida que se nos ocurre para Jesus is King choca frontalmente con este fenómeno. Puede que sea esto lo que Kanye West sabe y el resto no: ¿Y si Kanye West está convencido de que, dadas las tendencias de consumo actuales, el album ya no tiene razón de ser? ¿Y si Jesus es King no es más que un icono hueco con el que celebrar la muerte del album?


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