Calentamiento de los océanos: causas, efectos y soluciones

  • El océano absorbe cerca del 89% del exceso de calor, impulsando olas de calor marinas, acidificación y subida del nivel del mar.
  • La expansión térmica y el deshielo elevan el mar; 2023 fue récord de calor oceánico y la tendencia se acelera.
  • Corales y biodiversidad sufren pérdidas masivas; la adaptación costera y la mitigación de GEI son urgentes.
  • Redes como Argo, NOAA/NASA y políticas (París, ODS 14) guían soluciones y seguimiento.

Calentamiento de los océanos: causas, efectos y soluciones

Desde hace décadas, el océano se ha convertido en el gran amortiguador del exceso de calor del planeta, absorbiendo la mayor parte de la energía acumulada por el desequilibrio radiativo causado por la acción humana. Entender por qué se calientan los océanos, qué efectos provoca y qué soluciones están sobre la mesa es clave para proteger la vida marina, las costas y, en definitiva, nuestras sociedades.

La ciencia lo tiene claro: la huella humana ha elevado la temperatura global respecto a la era preindustrial y ha alterado el balance energético terrestre. Menos energía escapa al espacio de la que entra desde el Sol, y ese excedente se almacena en forma de calor principalmente en el océano. El resultado se expresa en fenómenos cada vez más frecuentes e intensos como olas de calor marinas, blanqueamiento de corales, subida del nivel del mar y cambios en la circulación oceánica, con efectos en cascada sobre biodiversidad, economía y salud.

¿Qué es el calentamiento de los océanos?

El calentamiento de los océanos describe el incremento sostenido de la temperatura del agua marina, a escala global y a distintas profundidades, como respuesta al aumento de gases de efecto invernadero y otros forzamientos antropogénicos. El IPCC estima que las actividades humanas han causado ya en torno a 1,1 °C de calentamiento global sobre niveles preindustriales, generando un desequilibrio energético que el océano amortigua acumulando calor.

Ese excedente de energía no se reparte por igual entre los componentes del sistema climático: alrededor del 89% se queda en el océano, frente a un 6% en los continentes, cerca del 4% en la criosfera y aproximadamente un 1% en la atmósfera. Esta distribución explica por qué la temperatura del mar es hoy un indicador de referencia del estado del clima.

Las consecuencias físicas directas en el océano son amplias: aumenta la estratificación (capas de agua menos mezcladas), cambian patrones de corrientes, se reduce la solubilidad del CO2, se acelera la expansión térmica que eleva el nivel del mar y se desencadenan impactos en ecosistemas marinos y en la criosfera (hielos y glaciares).

Los registros modernos muestran que el contenido de calor oceánico ha aumentado de forma clara desde mediados del siglo XX. Desde 1955 se observa un incremento continuo del calor almacenado en los primeros 2.000 metros de columna de agua, con especial acumulación entre la superficie y los 700 metros. La última década ha sido la más cálida del océano desde, al menos, el siglo XIX; 2023 marcó un máximo histórico.

Ese calentamiento se monitoriza con múltiples fuentes: satélites, boyas, redes de perfiladores y modelos de reanálisis. Los productos combinados permiten estimar variaciones mensuales de contenido de calor en toda la columna desde inicios de los años noventa y análisis anuales promediados en ventanas móviles de cinco años que suavizan la variabilidad interanual.

Efectos del calentamiento oceánico

¿Por qué debe preocuparnos el calentamiento de los océanos?

Porque el mar caliente no es un asunto abstracto: eleva el nivel del mar, potencia fenómenos extremos y erosiona la base de la biodiversidad de la que dependen comunidades costeras y economías enteras. La expansión térmica del agua y el aporte de agua dulce por deshielo suman centímetros hoy y decímetros mañana.

El IPCC advierte que, sin recortes drásticos de emisiones, la subida del nivel del mar podría acercarse a 1,1 m en 2100. Mientras tanto, la acidificación y el calor estresan arrecifes de coral, provocando blanqueamientos masivos y pérdida de hábitats de altísimo valor ecológico y pesquero.

Hay otra vía de impacto: los ciclones y temporales extraen energía de las aguas superficiales. Con más calor disponible, pueden intensificarse y sostenerse durante más tiempo, alterando trayectorias e incrementando daños. Esto encaja con la observación de olas de calor marinas más frecuentes y duraderas.

En el frente del seguimiento climático, la UE, a través de Copernicus, y los compromisos del Acuerdo de París, ponen el foco en monitorizar estos indicadores oceánicos para verificar si avanzamos hacia los objetivos de 1,5 °C y los ODS, y para respaldar nuevas políticas públicas.

La Organización Meteorológica Mundial ha señalado, además, que existe una probabilidad significativa de que en alguno de los próximos cinco años la temperatura media anual supere temporalmente 1,5 °C. Aunque sea transitorio, el riesgo de impactos oceánicos asociados se multiplica.

Soluciones al calentamiento oceánico

Olas de calor marinas: intensidad, extensión y frecuencia al alza

Entre 2006 y 2015 se concentró gran parte de estos episodios, coincidiendo con eventos de blanqueamiento coralino a escala de cuenca. En 2021, aproximadamente el 60% de la superficie oceánica experimentó al menos una ola de calor marina, un dato que evidencia la magnitud del problema en el océano global.

Las consecuencias son múltiples: degradación de arrecifes, pérdida de praderas marinas, mortalidad de organismos sensibles, cambios en distribución y fenología de especies y disrupciones en pesquerías. El Programa de la ONU para el Medio Ambiente advierte que, de continuar el calentamiento, todos los arrecifes podrían sufrir blanqueamientos severos a finales de siglo.

Las olas de calor marinas no actúan aisladas: se combinan con acidificación y desoxigenación, exacerbando el estrés de los ecosistemas y reduciendo su capacidad de recuperación tras cada episodio cálido.

Pérdida de biodiversidad y desplazamiento de especies

El calentamiento empuja a muchas especies a desplazarse hacia latitudes y profundidades más frías. La reconfiguración de hábitats y corredores migratorios modifica interacciones tróficas y productividad local, con ganadores y perdedores a escala regional.

Estudios recientes alertan de que, manteniendo la trayectoria actual de calentamiento (≈1,1 °C), en torno al 60% de los ecosistemas marinos ya muestran signos de degradación o uso no sostenible. Un calentamiento de 1,5 °C pone en riesgo entre el 70% y el 90% de los arrecifes; con 2 °C, las pérdidas rozarían la totalidad.

La pérdida de estructuras calcáreas (corales, moluscos, ciertos plancton) provoca efectos en cascada en la cadena alimentaria y reduce la protección natural de las costas frente a oleaje y temporales, al degradarse barreras biogénicas como arrecifes y manglares.

Acidificación del océano: la otra cara del exceso de CO2

El descenso sostenido del pH no convierte al océano en ácido, pero sí lo hace más ácido de lo que era, con tendencia preocupante. Resultado: mayor dificultad para la calcificación, menor supervivencia de larvas y debilitamiento de arrecifes, como se ha visto en la Gran Barrera australiana tras episodios de calor extremo.

Si el mar reduce su capacidad de absorción de CO2 por calentamiento y cambios de circulación, más dióxido de carbono permanece en la atmósfera, reforzando el propio calentamiento: un círculo vicioso clima–océano que conviene cortar con urgencia.

La subida del nivel del mar: causas y evidencias

El nivel medio del mar aumenta por dos grandes motivos: expansión térmica del agua y aporte de agua dulce por derretimiento de glaciares y capas de hielo. A lo largo del siglo XX se incrementó alrededor de 15 cm, y en las últimas décadas la aceleración es patente.

La NASA ha cuantificado un aumento del orden de 8 centímetros en los últimos 23 años, y señala que la tendencia se está acelerando. Naciones Unidas estima que, sin cambios, el incremento a final de siglo podría alcanzar los 0,9 metros, con enormes implicaciones para costas e islas bajas.

Apenas el 2% de la superficie terrestre está a 10 metros o menos sobre el nivel del mar, pero en esas franjas vive el 10% de la población mundial. Pequeños Estados insulares del Pacífico, como Kiribati, ya afrontan desplazamientos forzosos ligados a la intrusión marina.

Los impactos incluyen inundación de humedales, erosión de playas, salinización de acuíferos, pérdida de hábitats y mayor peligrosidad de temporales y marejadas. Las poblaciones costeras encaran riesgos crecientes de daños y migración climática.

Hielos en retroceso: Ártico, Groenlandia y Antártida

El hielo marino del Ártico ha disminuido de forma acusada desde 1979. Las pérdidas por década se sitúan en torno al 12,9%, con una superficie total menguante equivalente a varias veces países europeos. Se habla incluso de “atlantificación” en el sector de Barents por la mayor penetración de aguas más cálidas.

En Groenlandia, 2019 registró un deshielo récord, con alrededor de 532.000 millones de toneladas vertidas al océano, elevando el nivel del mar global unos 1,5 mm. En julio de 2022 se midieron varios días con pérdidas diarias de millones de toneladas, cifras que evidencian la sensibilidad de su manto de hielo al calor atmosférico y oceánico.

Si Groenlandia se derritiese por completo —escenario milenario, no del siglo—, el mar subiría en torno a 7,5 metros. En la Antártida, grandes plataformas de hielo han sufrido desintegraciones parciales y el desprendimiento de icebergs colosales, un síntoma de un sistema más inestable en un mundo más cálido.

Cómo se calienta el océano y cómo acopla con la atmósfera

La principal fuente de energía del mar es la radiación solar, pero también contribuyen flujos de calor latente y sensible con la atmósfera, además del intercambio gaseoso que controla, entre otros, el CO2 disuelto. El viento transfiere momento e impulsa corrientes superficiales que redistribuyen calor hacia los polos y viceversa.

El océano almacena mucha más energía que el aire por su enorme calor específico y densidad: su capacidad calorífica supera en ≈4,2 veces a la de la atmósfera, y su densidad es ≈1.000 veces mayor. Incluso la capa superficial estacional (decenas a cientos de metros) contiene por sí sola decenas de veces la energía térmica de toda la atmósfera.

Pequeños cambios en el contenido de calor oceánico pueden desencadenar variaciones significativas en el clima, modulando temperaturas del aire, patrones de precipitación y eventos extremos. La estratificación creciente dificulta la mezcla vertical y puede favorecer la persistencia de anomalías térmicas.

Además del acoplamiento superficial, la circulación termohalina —impulsada por diferencias de temperatura y salinidad— transporta aguas frías y salinas hacia el fondo y devuelve otras más cálidas en profundidad, cerrando un circuito global crucial para la distribución del calor y el carbono.

Calentamiento de los océanos: causas, efectos y soluciones

Medición del calor oceánico: redes e instrumentos

Contar el calor del océano exige observaciones sostenidas y de calidad. La red de flotadores Argo proporciona perfiles de temperatura y salinidad desde la superficie hasta 2.000 metros, alimentando análisis globales con cobertura sin precedentes.

Campañas oceanográficas con sistemas CTD (conductividad, temperatura y profundidad) ofrecen mediciones de alta precisión y calibración para las series de largo plazo. Los batitermógrafos desechables (XBT) agregan perfiles de temperatura en rutas repetidas, útiles para detectar tendencias.

Los satélites miden temperatura superficial, nivel del mar, vientos y otros parámetros. Los consorcios de reanálisis como ECCO integran observaciones con modelos para estimar el contenido térmico de toda la columna, mientras los productos de agencias como NOAA consolidan series anuales y mensuales con incertidumbres cuantificadas.

Un detalle metodológico: para interpretar tendencias robustas, muchas series publican promedios móviles de cinco años (por ejemplo, el valor etiquetado como 2021 integra 2019–2023), reduciendo el ruido interanual sin perder la señal climática.

Emisiones, GEI y palancas de solución

Los gases de efecto invernadero no son “malos” per se: en equilibrio mantienen la Tierra habitable. El problema llega con la acumulación por la quema de combustibles fósiles, la deforestación y otras actividades, que rompen el balance y alimentan el calentamiento.

Reducir las emisiones netas a cero a mitad de siglo es la vía principal para limitar el calentamiento y proteger el océano. Eso implica desplegar renovables, eficiencia, electrificación, almacenamiento, captura de carbono en sectores duros y conservación/restauración de sumideros marinos (manglares, marismas, praderas marinas).

La adaptación costera también es imprescindible: planes de ordenación del litoral, soluciones basadas en la naturaleza (restaurar arrecifes, dunas, manglares), infraestructuras selectivas y sistemas de alerta ante olas de calor marinas y temporales extremos.

Chile y el vínculo estratégico con el océano

Chile es un país oceánico: unos cinco millones de personas viven en comunas costeras, con más de 1.500 caletas que sostienen el empleo de cerca de 100.000 trabajadores de la pesca artesanal. Su economía azul es relevante en el contexto mundial.

El país figura entre las diez primeras potencias pesqueras, es quinto exportador de productos del mar, primer proveedor de mejillones en conserva y segundo productor global de acuicultura de salmón y algas de uso industrial. Además, alrededor del 43% del territorio marítimo está protegido, situando a Chile como sexto país del mundo en superficie de áreas marinas protegidas.

En política climática, Chile ratificó el Acuerdo de París, se comprometió a cerrar 28 centrales termoeléctricas a carbón antes de 2040 y alcanzar la carbono neutralidad hacia 2050. Entre las medidas figura el cierre de la fundición de cobre “Ventanas” y la retirada de varias unidades térmicas, junto con el impulso al hidrógeno verde en Magallanes.

También se avanza en conocimiento: una red de sensores multiparamétricos para monitoreo atmosférico y oceanográfico desde 18°S (Arica) hasta 79°S (Glaciar Unión), con 21 estaciones en el Territorio Chileno Antártico, mejora la observación de cómo el cambio climático impacta las distintas latitudes del país.

En paralelo, faros y radioestaciones incorporan energía solar y eólica para reducir huella, mientras instituciones como DIRECTEMAR aplican la Política Oceánica Nacional y el ODS 14, reforzando el cuidado del medio ambiente acuático en aguas jurisdiccionales.

Corrientes, energía y el papel regulador del océano

Los vientos superficiales transfieren momento al mar y organizan corrientes que redistribuyen calor y nutrientes a escala global. Ese transporte latitudinal modula climas regionales: no es baladí recordar el papel de la Corriente del Golfo en el clima europeo.

La evaporación también mueve mucha energía: el calor latente que sale con el vapor se libera al condensarse en nubes y precipitación, cerrando un ciclo de intercambio potente entre océano y atmósfera.

En vertical, la estructura del océano se divide, a grandes rasgos, en una capa de mezcla estacional (desde decenas de metros en trópicos hasta cientos o más en altas latitudes) y aguas profundas, que suponen cerca del 80% del volumen. Solo la capa superior almacena del orden de 30 veces la energía de toda la atmósfera.

En los polos, cuando se forma hielo marino, la sal se rechaza, aumentando la salinidad —y densidad— del agua subyacente. Estas aguas frías y salinas se hunden, alimentando la circulación de gran escala que distribuye energía y carbono a lo largo y ancho del planeta.

Contexto global, cifras y gobernanza

El seguimiento internacional de variables clave —temperatura del mar, nivel del mar, calor oceánico, pH— es esencial para evaluar el progreso hacia París y los ODS. Copernicus en Europa, NOAA y NASA a nivel global, y redes como Argo, combinan observaciones y modelos para mantener series de referencia con estimaciones de incertidumbre.

El calor almacenado en el océano explica entre un tercio y la mitad de la subida global del nivel del mar por expansión térmica. Y recordemos que gran parte del calentamiento se concentra en los primeros 700 metros, justo donde interactúan ecosistemas costeros y pesquerías clave.

Frente a esta evidencia, la gestión costera, la protección de hábitats marinos y las políticas climáticas sólidas no son opcionales, sino inversiones estratégicas para la seguridad alimentaria, la resiliencia de infraestructuras y la estabilidad socioeconómica.

La situación admite una lectura realista: el océano ha protegido al planeta absorbiendo la mayoría del calor adicional, pero su capacidad de amortiguar no es ilimitada. Cuanto antes doblemos la curva de emisiones y reforcemos la adaptación, menores serán las pérdidas ecológicas y humanas.

Todo lo expuesto dibuja un panorama exigente, pero con margen de maniobra si se actúa con ambición y coherencia: mitigar emisiones, restaurar ecosistemas marinos, planificar el litoral y mejorar la observación son pilares prácticos para frenar el calentamiento del océano y sus impactos.

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