Las regiones más frías del planeta, con nieves perpetuas, vientos gélidos y temperaturas que en ocasiones descienden por debajo de los -60 ºC, parecen a simple vista zonas inhabitables. Sin embargo, son el hogar de una serie de especies animales increíblemente resistentes. Estos animales que aguantan el frío han evolucionado durante miles de años para enfrentarse a condiciones extremas con una eficacia que asombra tanto a científicos como a los amantes de la naturaleza.
Desde el implacable Ártico hasta la gélida Antártida, muchas especies han perfeccionado mecanismos fisiológicos y conductuales que les permiten conservar calor, encontrar alimento y protegerse de los depredadores. Veamos a continuación a los protagonistas del mundo animal que mejor aguantan las temperaturas más bajas del planeta.
Oso polar: el depredador del hielo
El oso polar (Ursus maritimus) es sin duda el emblema de la fauna ártica. Este enorme mamífero puede llegar a pesar más de 500 kilogramos y medir más de dos metros. Está extraordinariamente adaptado para soportar temperaturas inferiores a los -50 ºC gracias a su gruesa capa de grasa subcutánea, que actúa como aislante térmico, y a su pelaje blanco que le proporciona camuflaje y calor.
Sus pelos, curiosamente, son huecos, lo que permite atrapar el aire caliente y mejorar su aislamiento. Además, bajo esta capa blanca se esconde una piel negra que absorbe eficazmente el calor solar. Las patas robustas del oso le permiten caminar sobre el hielo durante largas distancias y nadar de forma incansable en busca de presas como focas y belugas.
Para conservar el calor, este animal emplea un mecanismo circulatorio llamado intercambio de contracorriente, donde la sangre caliente que sale del corazón calienta la sangre fría que regresa de las extremidades, minimizando así la pérdida de calor corporal. A pesar de estar perfectamente adaptado, su supervivencia se ve amenazada por el cambio climático que reduce el hielo sobre el que caza.
Pingüino emperador: la fortaleza antártica
El pingüino emperador (Aptenodytes forsteri) es el ave que mejor resiste el frío del planeta. Habita en la Antártida, donde soporta temperaturas de hasta -62 ºC y vientos superiores a los 190 km/h. A pesar de estas condiciones inhumanas, mantiene una temperatura corporal constante de 38 ºC.
Su secreto está en su caparazón natural compuesto por una densa capa de grasa y tres niveles de plumaje impermeable, que lo protegen también del agua helada donde pasa el 75% de su vida. Además, estos animales viven en colonias gigantescas, pegándose los unos a los otros para conservar el calor colectivo.
Durante el invierno, los machos incuban los huevos durante más de dos meses sin alimentarse, mientras las hembras van al mar a cazar. Esta estrategia de reproducción asegura que los polluelos nazcan con la llegada del verano antártico y tengan más posibilidades de sobrevivir.
Liebre ártica: velocidad blanca sobre la nieve
Viviendo en países como Canadá, Groenlandia, Islandia o Escandinavia, la liebre ártica (Lepus arcticus) es una auténtica experta en moverse sobre la nieve y soportar temperaturas de hasta -25 ºC. Su pelaje blanco invernal le sirve de camuflaje, y cuando llega el verano muda a un tono azulado para seguir adaptándose al entorno.
Sus patas traseras acolchadas y fuertes garras le permiten correr a velocidades de hasta 60 km/h y evitar que se hunda en la nieve. Se alimenta de raíces, hojas, cortezas e incluso pequeños peces en los meses más fríos, rascando la nieve para acceder a su alimento.
Gracias a su sistema olfativo altamente desarrollado, puede detectar comida debajo de la nieve y mantenerse activa durante todo el año, sin necesidad de hibernar ni emigrar.
Zorro ártico: pequeño, ágil y resistente
El zorro ártico (Vulpes lagopus), de tamaño reducido comparado con otros carnívoros, es uno de los animales más adaptados al frío polar. Puede sobrevivir a temperaturas de hasta -50 ºC gracias a su espeso y cálido pelaje, que cambia de blanco en invierno a marrón en verano.
Este ágil depredador se alimenta de pequeños roedores, aves y también de carroña que dejan los osos polares. Sus patas cortas, orejas pequeñas y cola espesa están perfectamente diseñadas para minimizar la pérdida de calor.
A diferencia de otras especies, no migra ni entra en letargo durante el invierno. Se mantiene activo durante todo el año, gracias a su gran capacidad de adaptación y a su oportunismo para encontrar alimento.
Reno: el rey de la tundra
El reno (Rangifer tarandus), también conocido como caribú en América del Norte, es uno de los animales más representativos de la tundra ártica. Puede pesar hasta 300 kilogramos y está dotado de un espeso pelaje que regula su temperatura corporal.
Sus anchas pezuñas evitan que se hunda en la nieve, además de facilitarle la búsqueda de alimento al excavar el suelo helado. Algunos estudios indican que este animal es capaz de modificar el color de sus ojos dependiendo de la luz solar que recibe durante las estaciones, optimizando así su visión.
Gracias a su visión ultravioleta, detecta alimento y depredadores incluso cuando todo parece blanco. Además, al igual que otros rumiantes, su estómago tiene cuatro cavidades, lo que le permite digerir líquenes, musgo, y en algunas ocasiones, incluso roedores pequeños.
Otros animales que aguantan el frío extremo
Además de los ya mencionados, existen otros animales igual de impresionantes en su capacidad de adaptación al frío:
- Buey almizclero: Habita en el Ártico y posee uno de los pelajes más largos del reino animal, entre 60 y 90 cm. Su qiviut es una fina lana extremadamente cálida y resistente al agua.
- Elefante marino: Mamífero de gran tamaño que almacena enormes cantidades de grasa. Su piel gruesa le protege eficazmente del frío oceánico.
- Perdiz nival: Ave que muda sus plumas para volverse blanca en invierno. Incluso sus patas están cubiertas por plumas para conservar el calor.
- Lobo ártico: Subespecie del lobo gris perfectamente adaptada a los territorios helados del norte gracias a su denso pelaje y su habilidad para colaborar en manada.
- Leopardo de las nieves: Aunque habita en zonas montañosas más que polares, también tiene rasgos adaptativos como pelaje grueso y una cola larga que usa como manta.
En el otro extremo de la cadena trófica, encontramos especies marinas como la orca y la foca de Weddell, que sobreviven en aguas heladas gracias a espesas capas de grasa y estrategias evolutivas increíbles como la ralentización del metabolismo o el uso de orificios para respirar bajo el hielo.
Los animales que habitan zonas polares han desarrollado respuestas únicas al rigor del invierno. Desde cambios en el color del pelaje hasta mecanismos circulatorios avanzados, pasando por estructuras corporales adaptadas a caminar sobre nieve o vivir bajo cero durante meses, cada especie guarda secretos evolutivos fascinantes. La pérdida de hielo y el aumento de las temperaturas amenazan estos delicados equilibrios, poniendo en riesgo su supervivencia y la biodiversidad que los define.