Ada o el ardor, de Vladimir Nabokov: habemus incesto

Ada o el ardor es eso que pasa cuando alguien como Vladimir Nabokov lleva a la novela y hasta las últimas consecuencias algo como “el estilo es el tema”, su mantra por antonomasia. Que el ruso trató de marcarse el libro más ambicioso (e incestuoso) de su carrera (para con lectores y competidores) se ve al poco de empezar, cuando nos desvela, en resumen, el final: que esta historia de amores de juventud entre hermanos está siendo narrada por sus protagonistas desde el futuro. Nos hace muchísima ilusión escribir este análisis sinopsis y resumen sobre uno de los mejores libros del siglo XX.

? Reseña de Ada o el ardor: habemus incesto

Sentados en mecedoras. Ada y Van, ochenta años después, ancianérrimos perdidos y felizmente cogidos de la mano. Así arranca Ada o el ardor. Esta novela va de amar las palabras y los cuadros que Nabokov pinta con ellas, pues su final se desvela nada más arrancar.

Dos hermanos que creían ser primos se enamoran. Fin de la sinopsis de Ada o el ardor. Insisitimos: no es spoiler. El autor lo desvela nada más empezar el libro.

Enrique Vila-Matas escribió lo mejor que nadie ha escrito sobre Ada o el ardor en una columna titulada Del amor publicada en El País en 2012:

¿Será verdad que uno está enamorado cuando se da cuenta de que otra persona es única? Aquí no sabría qué decir. ¿Y es cierto que solo nos atraen las historias de amor infelices? A esto puedo responder que se trata de un tópico que desmontan novelas como Ada o el ardor, de Nabokov, donde sin cesar los enamorados son inteligentes y, encima, desenfrenadamente felices, y nosotros leemos la historia con notable entusiasmo. ¿O no?

Lo que al escritor catalán se le olvidó mencionar es el nutrido número de catres ajenos visita Van en las tres ocasiones (de años de duración) en las que los hermanos amorosos se distancian. Y lo mismo, quizás en menor proporción, con Ada (ese quizás es importante, Nabokov gusta de no contarlo todo, como ocurre con la cornamenta que le ponen sin saberlo al protagonista de Desesperación (su obra maestra más infravalorada) y que nunca es mencionada en todo el libro de forma explícita para regocijo-suspense del lector atento).

Por lo demás, sí, una historia que se lee con entusiasmo, pero que nadie se confunda: no es un libro fácil.

? Estilo de escritura Nabokov: fondo vs forma

Nabokov es un tipo que comenzó haciendo una cosa y terminó con la contraria. En su etapa europea aún sentía interés por los acontecimientos de sus libros. La trama aún no estaba subrogada al preciosismo que más tarde asolaría toda la prosa de sus años estadounidenses. Fondo versus Forma.

Esto lo cuenta muy bien Rafael Reig en su Manual de Literatura para caníbales, un peculiar compendio teórico (o una novela con la que se aprende, o un ensayo-novela…) donde estalla una guerra literaria entre los partidarios de la “novela artística” y los de la novela entretenida, liderados respectivamente por Javier Marías y Fernando Marías. Un qué contar enfrentado a un cómo contarlo.

Hablando rápido y bien, Ada o el ardor fue la última novela de Nabokov, ya que al bueno de Vladimir sus familiares le hicieron lo mismo que a Kafka: negarle la petición de no publicar sus papeles póstumos. No hay mejor forma de seguir publicando después de muerto que pedirle a tus seres de confianza que lo quemen todo.

Así, 30 años después de muerto el padre, el hijo publicó ese conjunto de algos llamado El original de Laura que tanto ha dado que hablar y que hace dos telediarios fue aprovechado por Eduardo Lago para la trama de su Siempre supe que volvería a verte, Aurora Lee, donde a un escritor fantasma le piden un informe que descifre qué clase de historia iba a contarnos el ruso en su libro inacabado.

? Nabokov y Ada o el ardor: la fundamental importancia de los detalles

El estilo es el tema. Y tanto que lo es. Subordinadas sin fin, borrachera de paréntesis que ahondan en nimiedades que nada tienen (en apariencia) de importante y que a ratos le devuelven a uno la imagen del rostro de Nabokov, bien serio, bien altanero, mirándonos a nosotros, pobres mortales, mirándoles a ellos, escritores patanes, y diciendo: ¿Qué, soy o no soy un chulo? ¿escribo o no escribo como el Flaubert perfeccionado que soy?

Pues claro que tienen importancia las nimiedades. La escritora Flannery O’Connor dio una charla hace mucho tiempo titulada Naturaleza y finalidad de la narrativa en la que habló de Flaubert y dijo algo maravilloso y de mucho interés para el asunto este del detallismo de lo nimio. Primero cita un párrafo de Madame Bovary  y luego a O’Connor.

“Golpeaba las teclas con aplomo y recorría de arriba abajo todo el teclado sin interrumpirse. Sacudido así, ese viejo instrumento, cuyas cuerdas frisaban, se oía al otro lado del pueblo si la ventana estaba abierta, y a menudo, el escribiente del ujier que pasaba por el camino real con la cabeza descubierta y en zapatillas de rayas, se detenía para escucharlo, con su hoja de papel en la mano.”

“[…] Respecto a lo que le pasa a Emma en el resto de la novela, podemos pensar que da igual que el instrumento tenga cuerdas que frisen o que el escribiente lleve las zapatillas de rayas y que tenga una hoja de papel en la mano, pero Flaubert tenía que crear un pueblo verosímil en el que situar a Emma. Es necesario recordar siempre que el escritor de narrativa está mucho menos preocupado por ideas importantes y por emociones que sobrecojan de lo que está por ponerle zapatillas de rayas a los escribientes”.

Ada o el ardor es esto a lo largo de 500 páginas de amor, humor y erotismo, donde no sólo se nos cuenta que las zapatillas tienen rayas, sino que también se especifica el color de las rayas, su textura, lugar de fabricación de la suela, últimas tendencias en el sector del calzado y hábitos y costumbres de los vecinos del pueblo donde es manufacturado el cartón con el que embalan las zapatillas.

Como es habitual, la novela está plagada de juegos de palabras (algunos intraducibles) y simbología, con personajes como Demon, Aqua, Marina o la casa de campo donde se desarrolla el noviazgo, que equivale a una especie de Jardín del Edén. Ardor también se refiere a la pronunciación” al modo ruso, con la vocal profunda y grave” del nombre de Ada,  tal y como se explicita en el propio libro (“lo que le daba un sonido parecido al de la palabra inglesa ardor”).

Con este libro a uno le puede pasar como con el dibujo de la cubierta de la edición rosa del compacto Anagrama: unos días lo amarás y otro lo detestarás (te recomendamos, por cierto, este artículo sobre los colores de la colección Compactos de Anagrama). Es un libro para el cual hay que estar predispuesto, bien sabedor de lo que a uno le espera, poco recomendable para la tumbona de la playa, más para la quietud de la habitación silenciosa y el teléfono apagado:

“Van, que se caía de sueño, se fue a acostar poco después del «té de la noche», una colación estival, prácticamente sin té, que se tomaba unas horas después de la cena, y que parecía a Marina tan natural e indispensable como la regular llegada del crepúsculo antes de la noche».

Atención a la avalancha de detalles:

«En Ardis Manor, aquel tradicional ágape ruso consistía en la prostokvasha, que las institutrices inglesas traducían por curds-and-whey (cuajos y suero) y Mlle. Larivière por “lait caillé” (leche cuajada), cuya capa superficial, fina y cremosa, espumaba Ada delicada pero ávidamente (Ada: ¡cuántas acciones tuyas pueden ser calificadas con esos adverbios!) con la punta de la cuchara de plata, marcada con su monograma, que chupaba con deleite antes de atacar las profundidades más compactas del plato. Para acompañar la prostkvasha había pan negro de campesino, klubnika (Fragaria elatior) de un rojo oscuro, y grandes fresas de jardín de rojo brillante (resultado de un cruce de otras dos especies de fragaria).”


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